La vieja y la urraca

poema de San Brendano

—Cuando Infraconcienlis me llevé a Expojusj. Yo, naceré. En las cuevas de Gopollï, llevó mi corazón hasta las tumbas del cuervo del norte y mi raza se queda en Jüīōœ0ñ. Entonces; mi occipital mesodermo me lleva hasta Laytik, pero Julitęw, no sollozes por qūōplñmñsdjå. No hay nada, acerca de mí, nada por saber, estoy enferma, epiléptica, tengo pesadillas todas las noches y vomitó rûºp. Sabes, Brennan, es la anciana más vieja que el tiempo, cuando tú, eras. Niño, Silvestre, ya era anciana. Y es su consejo, lo que nos importa.

—Anciana Silvestre, ¿Que ve en el ojo del tiempo?

Silvestre, rió, deslizada perezosamente en una litera de roca, el pelo enrulado y enmarañado y sus ojos azules qué mataban todo.

—Ah, oso del Norte. — gimió. — Ahora, vienes a mí, ya hecho un hombre fuerte y del fuego. Recuerdo cuando los Dioses me eligieron, era joven y estúpida. Me dieron la clarividencia como don. 

—Es su opinión, importante — Reiteró, Accra.

—¿Has visto el Sol en una estación de Noviembre? Se esconde del ojo Argoreano pero muda su piel como abeja y la colmena llena el agua con su cántaro. Mira la lluvia en un séptimo, toma las monedas, lanza una al cielo y escupe en el suelo tu semilla, ataca al Lunar, las piedras de la runa hablan y debes ofrecer tu primogenitura. Di tu nombre, escucha la fonación de Jshsik, soy la vieja urraca que vuela con tu alma hasta las colinas de Jgusu, pero tú, bajas, más yo, me elevó hasta los molinos de yū, ¡Ah,! Morir, es un presagio. Debes adueñarte de Anaxágoras y obrar con Palabrerian, más si tu fuego vive, debes ir a la cueva de los jüt, y cortar la cabeza de su madre. 

 

 

—Anciana ¿Algo más?

 

—Accra, —brilló sus ojos.— A oobsis, también debes matar. 

Y se durmió

—¿Y donde lo hallamos?

—En la lluvia, buscala en la lluvia y se desmayó.