A ÉL

poema de San Brendano

La mar irradia la pureza de la belleza en la mirada de una mujer. En un respiro cóncavo y fascinante, describo la tonalidad del agua. Vascuolo espécimen de los arrecifes, alga entretenida en emulsionada caducidad de inocencia. La lumbre esta a semioscuras, los ignotos paseos del aire serpentean en mis dedos y los hacen crecer en sangre no humana. Algo diferente ha renacido en la bractéola de un polen, abiertas sus venas a todo motor, me bañan en el sutil oleaje. Musculo de la tobillera, uniforme de la escolaridad, saliente en la gentileza, claman al mundo en colágeno, practicar la magia de los bosques. Encallado septentrino espíritu adormecido bajo las alas tetrapléjicas de la polaridad. Planta verde sol mosaico, enfatizada vilmente por el cloro neutropenico asmático en villas solemnemente trazadas por el escultor de las mentes vestidas por la masonería del régimen cultural, empujado de centro, por las caderas de la connota América femenina. Los rancuos paseos desechos en la intermitente colina atravesada de cuajo en hidrosfera licua de linces y claveles botánicos únicos en su degrade, azules topacios con cristales de pupilas en cuatro puntos cardinales. Soy el hombre de rizos morenos y plasma de retina en combinada transparencia de oscuro fósil. Transmito mi altanería. Perpetrado por genitales sémenes en lo ancho y cosmos andróginos de puños cancerosos, fluvialmente creados ante insípidos robusteceos de ansiosos meses, luego de que la pastora del canto sinovial, crome en su laringoscopia con las intercuerdas vocales del bulbo meloso su doncella de radiante homus. Él me dijo: Allá, en la ruta del rey, hallaras la piel de los animales. Cuentan los ancianos de doctos principios, que la majestuosidad del ala punzo en la mollera de los rancios terciopelos, su ladina concepción entre la microbiología y el teológico soponcio de la multiculturalidad en los principios de la astrología, cuando los doce magos se habían puesto con su gallardo talante y sus coronas de oro de Chipre, y su cinturón oval con transcripciones geométricas desde el templo de los discípulos a la decapolis de la resonancia. ¿Qué quieres ver niño mío? ¿Ver lejanos puentes cruzar el mar Egeo, en plena farfullación de los catalejos pastar en el submundo de los más lastimados por la fatal empuñadura ante el producto infantil de la musculatura? Y yo dije: Muéstrame a la niña. Deseo cruzar las puertas del concierto más lejos que los brazos tozudos de los marineros ahogados en plena decadencia de las vocales abiertas, ya que la juventud me muestra que los jardines póstumos del placer y la sensualidad, serán como borrasca en un anochecer de granizo. Y así, el archipiélago se insinuó ante mí, he aquí una dama doblemente hermosa con los bucles alaridos y perplejados por áureas revestiduras y su ancho camisón blanco terminado en perlas brillantes que se anteponían por el cuello blanco y fino y sus ojos legamosos ónices como estatuas de congraciada esbeltez hasta la pudorosa hierba que me consumaba la memoria y ella dijo; ¡es hora, de que estés unido finalmente a la maga!

Comentarios & Opiniones

La Dama Azul

Como siempre se disfruta la profundidad en la que que se viaja por vuestras letras.
"La mar irradia la pureza de la belleza en la mirada de una mujer. En un respiro cóncavo y fascinante, describo la tonalidad del agua."...
Recibe cordiales saludos,

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