Para los que un día fuimos soñadores

Sentada sobre una piedra me puse a meditar
en todos los sueños que quería que se hiciesen realidad.
Tantos eran esos sueños y tan difíciles de realizar
que ninguno se hizo verdad.
En esa fría tarde de enero
me dí cuenta que no existe el amor verdadero.
Mientras estaba reflexionando, un pájaro vi volar.
Sus alas tapaban el sol del atardecer.
El ave se detuvo y se puso a cantar
el más alegre trinar
que nunca en mi vida pude escuchar.
Feliz cantaba y feliz volaba
sin pensar en qué iba mañana a comer
o en que mañana lo iban a enjaular.
Feliz era él porque en ese momento era libre,
libre por el cielo y libre de falsos sueños
que nos hacen creer los faranduleros.