D.

D.
Quien no sepa del instante mágico
no conoce lo sagrado.
Instante fatal en que descubres que más allá del
deseo hay un agujero negro que te succiona
como su boca mi sexo y
que erupciona el bondadoso néctar
del abandono.
D. me llegó tan esencial como un alimento.
Por ello la bendije y entonces puso en mi plato
su carne joven y sus claros jugos.
Y comí y bebí y en trémula comunión
sangre bajo sangre palpitando.
D. es tan joven que solo conoce absolutos
y entera se ofrece a mi apetito.
Su risa traviesa permanece apenas el
minuto que su inabarcable deseo
le concede.
Es tan hermosa y tan libre que
me parte las madrugadas y se aleja
en busca de otras bocas.
Y mientras surca la noche, su cuerpo terso
calienta y profana voluntades.
Me acuesto sin ella y sonrío.
Qué bella es la vida cabalgando
con ella en duro sexo.
Presintiendo su regreso
en tan larga y luminosa
espera.