A MI PADRE

¡Hola papá!

¡Qué gusto saludarlo!
Ahora que puedo mirarlo …
¿Qué le pasa?
¿No le da gusto que le hable?
Lo veo triste.
Así es hijo –dirá-
desde que te fuiste.
No, no debe estar triste
ni usted, ni mi madre,
ni nadie.

Acaso ya no se acuerda
lo felices que fuimos
y lo bien que la pasamos
cuando pudimos.
Es cierto hubo momentos
que nos amargaron
pero la alegría
no nos la quitaron
porque ella siempre volvía.

Recuerde solo lo bueno,
no le quite lo sonriente
aquello que lo haga pensar
que pudo ser diferente
lo que se hizo. No, eso no
que eso hace daño.

Recuerde que
cuando era pequeñito,
si tenía frío o quería afecto
ese niño bonito,
se metía entre sus piernas
con presteza
para que le acariciara la cabeza.

Esos bellos recuerdos
ahuyentan la tristeza.
momentos dulces, que de niño,
siempre los guardé con cariño.
Papá no esté triste,
yo aquí estoy bien
no lo dude usted
tiene que creerme
en nombre de nuestra fe.

Le cuento
que he andado lugares
donde el rocío de las plantas
los pies no moja.
el viento sacude los cabellos
y golpea la cara pero no hiere,
he caminado senderos multicolores
revestidos siempre de flores
y la fatiga no se siente.
bebe agua una vez y se apaga la sed.

Salude a mamá
y a mis hermanos,
déles cariño, déles amor
piensen que yo estoy bien.
de aquel tiempo de dolor
ya todo pasó.
Ahora debo decirle adiós
porque voy al encuentro del Señor.
¡Papá!
Aunque no lo crea
quién ha tomado mi mano
llamándome hermano
y llegó revestido de luz
Es ¡Jesús!