Dialéctica de Vida

Y al huir de la conversación,
Al desplegar su voz,
A través de una canción,
En su juego atroz,
De real pasión,
Convertido al unísono,
en relámpago y cataclismo,
en serenidad y opresión.
Son los sentidos acobardados,
Que tejen las malas mañas,
En los empedernidos siniestros,
De lo ingénito y mortífero,
Que involucra el placer y el sexo.
Esa pulcra fantasía,
Que hace pedazos la melancolía,
Ese afán obsesivo,
De atrapar sus sueños,
Sea algo dormido o despierto,
Magnificado en sus vestidos.
Queda en sus senos esclarecido,
La saciedad elocuente,
De un centenar de proscritos,
Que encarcelan la mente.
Al clarividente, que una vez me dijo:
"No desatar la tempestad,
No al fuego jugar.
El que quema al insolente,
Muere fogosamente,
Entre el atractivo escondido,
Que reversa todo en su frente.
Pero de aciertos hoy te cubren,
Las esperanzas coherentes,
Al desván de la conciencia,
Al reclamo de la impotencia,
Encarnecida pobremente"
Resplandecida,
En la noche suicida,
De miles de estrellas ocultas,
Ancestralmente;
No son cosas de la Luna,
Son sus fases que no presagian
Las cosas malas, o las muchas luchas,
En contra de sí misma,
Porque a la una de la madrugada,
Se levanta impunemente.
Sostenida sobre la grama,
Bañada en polvo de hadas,
Acompañando los púgiles que desatan,
Pesadillas sin ganas.
Es el renacer del origen a la nada,
De la nada al numen.
Pobres los que no sanan,
Ante el desvalido y compungido,
Imaginario y abatido,
Amor comprimido.
Es esa la dialéctica de mi vida.
La que hoy compartida,
Reclamo hasta la saciedad,
Entre almas gitanas quedaron,
así convenidas,
para ser inmortales,
para no morir jamás.