VIDA NATURAL

Aquella divina mujer,
por mi cuerpo, temprano
paseaba, rozándome
con sus templadas manos.
Aún la recuerdo pasar
y escucho, en la mañana,
cómo se aproximaba a mi morada
tocando con sus palmas,
sin que mi corazón se resistiera,
el desbocado centro de mis sueños.
Yo contemplaba aquel curtido amor
con negra barba de olvidados días.
Beso tras beso,
recorríamos solitarias calles
viendo pasar a silenciosos camaradas
que, al cruzar, avivaban nuestros juveniles miedos.
Nos alejamos hasta nocturnas playas;
como las ondas de un confiado mar,
nuestras manos se entrelazaban.
Enardecidos, besábamos la tierra,
y yo mismo, con modales de audaz marinero,
fijé mis ojos en sus firmes pechos
y me apropié de su cándida persona.
Al volver, atravesando el parque,
ignorábamos las extrañas miradas.
Nuestra vida era entonces natural;
nuestra mente reía, despreocupada.