ROMPIENDO CADENAS

Por el aire, seguras y confiadas,
se mecen una alas que escaparon
de celestes altares.
El ocre de los ánades,
su firme volar
sobre el azabache de la noche,
sobre el imaginario colorido
de otoñales bosques,
la mirada azul de los caballos,
la recia cabeza de unos bueyes
parten todas mis cadenas.

Una mirada, intranquila y amante,
hace que nazca mi canción
y deja al descubierto los anhelos de mi alma.
Negras chovas, de encendidas plumas,
trazan atrevidos círculos sobre el tejado de mi casa.
Me apasiona este cuadro pintoresco
y también la naturaleza que lo gobierna.
Me gusta descubrir extraños designios,
los disfruto y acaricio, sin jamás agotarme,
donde quiera que se manifiesten.
Saboreo los días humildes y olvidados,
todo lo absorbo para construir mi musical escala.
Del sortilegio de la vida soy esclavo.

A veces, la evidencia
me hace rechinar los dientes,
siento que me aprieta
la férrea faja de la ignorancia,
el gigante de una gris monotonía.

¿Qué se quieren decir las hembras
y los machos cuando se lanzan secretas miradas,
esas vagas miradas que se pierden en lo más negro?

Se mecen mis ojos
en la levedad de unos pasos,
en el temblor de unos pechos.
Si fuéramos juntos en un pescante,
mi corazón reventaría ante el roce de su piel.
Parece que su vientre
protegiesen exóticas plumas,
que su sonrisa adornaran
flores de recónditos prados,
que sus palabras no tuvieran propósito
y que sus rojos labios
fueran las riendas de mi sangre.
De ocultarse su sol
mis sentidos envolverían decrépitas sombras…,
y no quiero decir con ello
que haya que quitarse el sombrero
ni que sea indigno asombrarse
de ciertas cosas.

La tortuga,
¿qué no sabe la tortuga?
A mi juicio, se las apaña bastante bien,
mucho mejor que aquellas yeguas
tirando del yugo,
o que el ave que no remonta el vuelo, atemorizada,
por no encarar nunca el viento.