De lápices sin usar y otras hambrunas

En calles por pies abandonadas,
ahora manoseadas por caucho y basura,
está la tierra desquebrajada,
representando de sus humanos su cultura.

Hay aniversarios incontables
de la ausencia del silencio,
en ciudades inestables,
de hierro, mugre y yeso.

Sequías de sonrisas
en los ahora ríos de la prisa.
Vistiendo seguidas camisas,
pero ya no para ir a Misa.

Cegueras creadas y oscuras,
construidas sobre narices.
Cancelar las ventanas del alma procuran,
con ridículos fortines y tapices.

Sorderas egoístas y escandalosas,
reproduciendo su propio sonido,
poniendo centinelas escabrosas,
en los umbrales del oído.

Tardes de café envejecidas,
renuentes a compartir amistad.
Caricias y miradas enmohecidas,
podridas ya de impiedad.

Dedos fascinados y frenéticos,
en toqueteo inhumano, infructuoso y descarado,
en teatros reales y patéticos,
insistiendo sobre aparatos cuadrados.

Sabiduría archivada,
para siempre en sanos libros.
Mercancía de porquería desparramada,
en cine, radio y escritos.

Conversaciones ya en museos,
en museos de historia casi olvidada,
sustituidos por trofeos,
de esfuerzos que son para nada.

Éxito, fama y fortuna;
son parásitos bravíos,
que no respetan ni las cunas,
hartando a la humanidad con triste brío.

Monumentos a la ansiedad.
Mausoleos para la justicia.
Tumbas para la caridad.
Y votaciones para elegir malicia.

Racionando estrechamente la vida,
y reproduciendo con locura la pobreza.
Con pompa a la Apariencia dar bienvenida,
y entronizar a la Pereza.

Lápices somos todos.
Lápices que escriben el bien.
Lápices que de todos modos,
eligen entre hiel y miel.

Lápices sin usar se quedan,
cobrando oscuras bravuras.
Lápices aburridos que erran.
Entre eso y otras hambrunas.