Poema de dimensión cero

Podría dedicarte catorce tomos de versos,
planear doscientos días domingo contigo,
escuchar tus labios, besar tus cabellos,
unas tres mil veces más.
Podrían en tu piel escribir mis dedos
tratados definitivos sobre la libertad
que buscan tus sueños,
que buscan los pueblos,
que sueña mi arte cuando te oye hablar.
Podría la poesía
hablar del espacio,
hablar del tiempo,
descubrir todos los secretos del universo.
Podría mi voluntad,
si tu quisieras,
descubrir tus secretos,
descubrir tus alas,
abrirlas junto a las mías y ponernos a volar.
Llega no obstante el momento del poema
en el que las palabras llegan sin que las llame yo.
Que adiós, que hasta pronto, que gracias...
Palabras que anuncian
que aunque no quiera, el poema acabará.
Pero no quiero finales felices,
no quiero curiosos desenlaces.
Quiero una trama enredada,
que se envuelva en tu almohada,
que te dibuje una sonrisa,
cuando te vea despertar.
Pero las palabras,
nuevamente me recuerdan
que todo poema que empieza
tiene que terminar.
Entonces el fantasma de los primeros versos,
me dan instrucciones para escribir un poema sin final:
Mirar los labios de tu boca que sonríe.
Verte directamente a los ojos,
para que ellos me vean a mi.
Ahora estoy cerca de ti.
No así de cerca como imaginas: más.
Entonces te tomo de la cintura
y te acerco a mí aun más:
Nuestros labios, sin palabras,
escriben el poema
que ahora mismo quiero escuchar.