Las torres del amor

Mieses doradas al sofoco de julio,
las palabras, tuvieron su destino.
Azrael había dicho, soberbio y temerario:
“Que se derrumben las torres del amor.
Esa raza de héroes no ha de tener países
que conquistar, ni inocentes que matar”.
¿Quién era para prometer eso?
¿Le daba, acaso, el amor tales derechos?

Salieron de mi garganta palabras
para poemas que el viento llevó consigo.
No han vuelto. ¿Por qué se han ido?
Si eran tan importantes,
si de ellas dependía mi vida,
¿Por qué se esfumaron las palabras?
¿Por qué enmudecí
si se trataba de desbrozar selvas de hastío?
Si se trataba de decir que estaba vivo,
si hablar era como andar viejos caminos,
si era tan fácil como amar,
trillar en parva antigua.

Vino el amor desorientado y trémulo:
parecía emisario de la libertad
y era heraldo de la vida encadenada.
Vino, grácil ave, meteoro,
desconsolado pájaro sin alas
cuya cabeza ha trastornado el viento
y la altura desde donde miró la vida.
Podía haber pasado de largo
como el torpedo que yerra su objetivo,
el mensajero que equivoca su destino
y no entrega su funesto correo.
Pero acertó de lleno porque es inevitable
que cada ser humano tenga
su ración de desconsuelo.

("Ordalías del nuevo ciudadano")