Elegía de despedida

Murió como mueren los amores primeros,
sin abrazos, ni exabruptos, sin heridas.
Yo estaba en otro sitio cuando sucedió
y, de estar con ella,
no hubiera sabido qué decir,
éramos átomos que no habían de tocarse:
Yo cortaba la untuosa materia de los sueños
y ella transitaba paisajes más oscuros.
No concebía que pudiera morir
con veintitantos años,
que no volvería el ansia mortal de su presencia,
que no regresarían, ni ella ni los sueños.
Pensé que no amaría más con esa fuerza,
y, me decía: hombre, monstruo tierno,
sigues alimentándote,
luces espléndidos músculos,
escribes como si la vida estuviera en unos versos
y hubieras de escanciar distintos elixires,
pero su muerte te troncha como a un lirio.

Moriría de tristeza, o eso creía,
y escribía,
creía que la noche no iba a acabar,
que el dolor no iba a desaparecer,
que no se olvida,
que es eterna la nostalgia de la ausencia,
por más poemas que se escriban.
He de tener calma si en cada verso
se detiene su mirada,
he de ser escrupuloso si me observa.

("Ordalías del nuevo ciudadano")