Oh, este lugar!

poema de KOKOKAR

Andamos dentro y fuera del paraíso,
de alguna manera nos arropa el tiempo mítico y el cronológico,
más cuando muera de vida y no de tiempo,
qué haré Dios mío, qué haré, diría el poeta.
Todo esto ha de continuar hijo mío,
alguien le responderá.

Entonces nuestra estancia en el mundo
es una consecuencia de una expulsión definitiva del paraíso terrenal.
Vivimos conscientemente en el tiempo del mundo terrenal, cronológico,
en las agujas que van marcando los segundos del reloj,
y las grandes mayorías inconscientes y los conscientes,
quizás de manera secreta,
llevamos el tiempo mítico,
aquel del paraíso existencial.
Coqueteamos de manera simultánea con la eternidad,
porque a cada momento,
a cada instante le corresponde una pizca de lo eterno.

Así sentimos nuestros encuentros virtuales
con gentes de razas y credos supuestamente diferentes,
y vamos descubriendo similitudes y diferencias,
y convocamos a los niños
porque ellos son los que podrán comprender
nuestras muertes de vida más no de tiempo,
y aprenderán como nosotros
a coquetear con lo eterno,
en cada uno de sus actos.

Hoy que vamos llegando al Día de Reyes,
aún apreciamos las estrellas del firmamento
y buscamos la señal que nos conduzca al pesebre del redentor,
porque abrigamos la esperanza de renacer
tras trescientos sesenticinco días de haber dejado de hacerlo.

Y aquí estamos convocando a nuestros hermanos del mundo,
a dar, aunque sea un granito de arena,
pues somos exiliados comprometidos
a emprender un viaje para recuperar nuestra tierra,
nuestro paraíso perdido.
En el transcurso de este viaje, hay, no sólo una,
sino varias pérdidas centrales del paraíso aquél del crucifijo,
imagen que no solamente nos sacraliza
sino que es el dolor que entraña nuestra pasión existencial.
Es un paraíso de actitudes inconscientes, inhumanas,
donde mordemos el fruto prohibido
y desde ese momento nos quedamos sin patria.

La otra gran pérdida la tenemos
a partir de este momento donde nos quedamos solos, a la deriva,
obligados a buscarnos la vida como si fuéramos personajes de novela griega.
Vamos multiplicando la percepción del primigenio mundo
que para nuestro modesto entender inicialmente era un todo,
y ahora la razón se encarga de dividirlo,
dándole medida a las cosas,
con cantidades crecientes,
con puertas, compartimientos, escalones,
pisos, escalafones, edificaciones, vehículos,
cargos, supremacías, mundos de cemento.
Una vez más somos expulsados del paraíso
tras morder el fruto del conocimiento,
es decir, la primera enorme ruptura entre el hombre y su entorno.

Y aquí nos ubicamos algunos
observando con estupor nuestra etapa primigenia,
y otros anhelándola.
Lo cierto es que cada segundo transcurrido,
cada circunstancia vivida nos indica el tiempo terreno,
y cada expulsión es un coqueteo con lo eterno.
Como en la música,
la disonancia traza el laberinto de la armonía,
y de alguna manera nos configura el azar,
donde uno se encuentra porque se pierde,
o dónde uno se pierde porque se encuentra.

Como decía un turista estadounidense en pleno mercado central de Lima,
tras detenerse a apreciar el laberinto existencial
mercantilista de los vendedores ambulantes:

¡Oh, este lugar ser una fiesta
con el desorden más ordenado del mundo!

Y yo que alguna vez anduve por Paris y Manhattan,
le diría, en la encrucijada de Charles de Gaulle,
o del Grand Central Station:

¡Oh, este lugar tiene muchos jokers riéndose a carcajadas,
y no precisamente de alegría!