El don de la ignorancia.

Ante el inmenso océano de
lo desconocido e inexplicable,
cuya brisa acaricia la piel
del pensamiento, en un
presente infinito
e indescifrable.

El conocimiento, la razón
y la intuición, que configuran lo
que somos y lo que podemos
alcanzar, siempre son escasos,
insuficientes e inevitables.

Pues lo esencial no reside en
lo ya logrado, sino en lo que
se nos escapa y va más allá.
Donde lo alcanzado queda atrás,
cuando lo que suma es ir
hacia adelante.

Entonces, ¿es la ignorancia un
destino inevitable, o el faro
de luz que impulsa al
conocimiento a querer saber
siempre más allá,
incluso de la propia muerte?

Donde todo lo conquistado,
aun su brillantez y ejemplaridad,
siempre será insuficiente,
derivando en una ignorancia,
perpetua e inevitable.

Y aun así, necesaria,
pues a cada latido firme
y seguro, en su impulso
de avanzar, nace una
satisfacción indescifrable.

Cada pequeño avance es una
gran montaña escalada,
y desde su cumbre,
con asombro y humildad,
se divisan otras mil más.

Entonces,¿la ignorancia ante
la propia existencia y sus
misterios incuestionables,
es el motor invisible que
nos empuja hacia adelante?

En un universo lleno de
incógnitas y oportunidades,
que asombra por su inmensidad,
donde siempre queda y quedará
por escudriñar,
¿hasta dónde podemos llegar?

Sobre todos los misterios e
incógnitas que rodean
al proceso vida-muerte,
en relación con un cosmos
vasto y transcendental, imposible
de descifrar,¿más allá
de la ignorancia?

Cuando entiendes que formas
parte de un todo universal,
que va más allá de toda
compresión humana,
vives en paz y agradecido por
ello, por y para evolucionar.

Por lo que tu propia ignorancia,
no se presenta como una condena
o destino inevitable.

Sino en el faro de luz,
que impulsa al conocimiento
del saber más allá:

Incluso de los misterios
que rodean a la
propia muerte.