El Arbol

poema de Antonio Liz

El fruto que se invierte en una raíz, es casi una opinión con derecho a distinguir. Con las hojas explicando su natural color, y su fruto enseñando una distinta textura de sabor. Pueda que sea dulce o agria, asta amarga y con poco sabor, haciendo su proceso culinario, sin necesitar condimentos de exportación. Con un manto que crea una sombra, que permite aire puro con sensación fresca batallando el  ardor y resplandor. Nunca discrimina quien se asoma a su vista, y tampoco jamás se queja de forma parlante. Solo basta tener su tronco enterrado, para dejarte saber que colorea tu mundo sin tener que hacerlo por trabajo. La excepción es que de todos modos encuentra el nacer y la reencarnación, y por siempre será el folclor decorativo de ayer, antes y de hoy.