LOS MEDINA.

poema de Franlodel

LOS MEDINA.
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De mi libro autobiográfico
“La otra cara de Jano”

Muy cerca de mi casa, en un caserón muy destartalado y viejo, vivía una humilde familia de arrieros llamados los Medina. Llevado por un irrefrenable impulso de hacer el bien -que aún no sé de dónde vino-, me solía acercar todas las tardes hasta este oscuro caserón, con la loable intención de darle de leer y escribir a Sebastián, el Benjamín de la familia, que, al tener que trabajar, le era imposible asistir a la escuela de mi padre.

En una habitación muy desangelada, nos sentábamos en una mesa rectangular de madera y le hacía leer en mi Catón, señalándole las letras con un lápiz: “A ver, ¡fíjate bien y no te equivoques! ¿Vale…? Con la I, isla, iglesia, imán… con la D, dedo, dado, dudo” …, mientras que, al lado, en una astrosa cocina llena de pailas, orzas y lebrillos, cocinaba su abuela un estupendo guiso de papas con tomate frito, y en el techo, se balanceaban, con los humos y los vahos, unas oscuras ristras de guindillas y ñoras…, al tiempo que, sentados junto al fuego, contemplaba ensimismada -cómo hervía en el perol-, el bermejo guiso la familia…
Era la época de podar los olivares, y los abnegados arrieros los encargados de llevar las taramas hasta el pueblo.
—“¡Curro!, ¿te gustaría venir mañana con nosotros…?”-Me preguntó el padre, al verme las ganas dibujas en los ojos… Y le dije que sí, dando saltos de alegría, quedando en vernos al día siguiente por la mañana.

Aquella noche no pude dormir pensando en la excitante aventura y por la inquietud que me producía el remordimiento de no habérselo dicho a mis padres; no obstante, al rayar el día, ya estaba allí plantificado, esperando ansiosamente el momento de la marcha, mientras veía a los muleros preparar lentamente las recuas, atándoles las reatas y poniéndoles las albardas y los serones encima:

—“¡Súbete conmigo muchacho!” - Me dijo el padre sentado de costado sobre una…, y empecé a saltar resbalando en cada intento por la andorga de la mula: “¡Espérate!” –Exclamó riendo a carcajada limpia. Bajó de un salto, y, agarrándome por un pernil del pantalón y por una axila, me subió de un empellón mientras me decía: “Cógete a la albarda y no te “suertes” hasta que yo me suba” … Y cuando lo hizo, me abracé fuertemente a su cintura y empezó a jalear diciendo:

—“¡Arre…, arre mula!”, mientras le daba golpes con las piernas en la panza y palmadas en el cuello para que empezase a andar… Y nos fuimos alejando lentamente, dejando atrás el pueblo dormido, con sus casas blancas y sus calles empinás. El día se despojaba de las sombras lentamente. Desde el cuerpo de las híbridas monturas, brotaban tibios hilones de sudor, que, al ascender, iban hilvanado de blanco el cielo. El camino era abrupto, fragoso y polvoriento. Sentado en la grupa, -cogido a la cintura del mulero-, veía despertarse a los verdes olivares y a los campos de rastrojos. Desde los ribazos, multitud de jaramagos y esbeltas pitas, nos miraban extrañados al pasar: las mulas caminaban humilladas, oscilantes, (mirando fijamente el suelo), produciendo, en su lento caminar, una honda somnolencia, tan sólo rota por el aguijar del arriero: “¡¡Ieee mula…, arre mula!!” – Gritaba para azuzarla, despertándome a mí también…

Cuando llegamos al olivar, me apeé con las nalgas escocidas. El campo, se desperezaba mirando el cielo, mientras se atusaba con los primeros rayos del sol, y ellos, -sin esperar ni un solo instante-, se pusieron manos a la obra, cortando y apilando las taramas al pie de cada olivo, mientras revolaban los zorzales en las ramas, o piaban en sus nidos. De vez en cuando, alguien se arrancaba por fandangos o serranas… y otro le preguntaba:

—¡Ieee, Antonio! ¿Por dónde vas…?
—¡Estoy aquí…, detrás de la casilla…!
—¡Ten cuidado con las mulas, no se vayan a escapar…!
—¡No te preocupes, que están trabadas…!
—¡Vale!” – Le contestaba… y se ponía de nuevo a cantar.

Eran las doce cuando se pararon a almorzar: “¿Tienes jambre muchacho? ¡Toma!”- Me dijo el hermano más chaparro, alargándome un cacho de tocino con pan: “¡Cómetelo!” –Añadió muy sonriente; y después se giró y se fue a otro lugar.

Sentados en el suelo, a la sombra de un verde “paerón”, con la vista puesta en el cielo, el alma abierta -y ensanchado el corazón-, se pusieron sobre un pedazo de pan un enorme trozo de tocino entreverado, y se lo empezaron a comer cortándolo de arriba abajo con sus alabeadas navajas, haciendo paros para beber de vez en cuando, mientras que yo, les miraba para intentar imitarlos… Y cuando acabaron, y se volvieron al tajo, me quedé muy triste y cabizbajo, al escuchar el lejano silbido de un tren que me producía una enorme añoranza, al hacerme acordar de mis padres y hermanos… Noto, (el viento cálido del sur), se empezaba a despertar, desperezándose entre las copas y las hojas de las ramas…, mientras que yo, no dejaba de llorar y de romper terrones con mis manos.

Después de algunas horas, cuando el día empezaba a declinar y los arrieros tenían las mulas cargadas, el mayor de los hermanos -al verme tan triste y preocupado-, me preguntó: “¿Qué es lo que te pasa chaval…? “¡Nada, que me quiero ir a mi casa…, eso me pasa y nada más!”- le contesté.

Cuando emprendimos la vuelta, el sol dormía y el campo se empezaba a desnudar. Mi alma lloraba de tristeza y mi cabeza no dejaba de pensar. Los arrieros cabalgaban silentes, tranquilos, (sentados de costado), mientras que los cerros nos miraban al pasar: “¡Arre mula, arre!” – Decía de vez en cuando alguno de ellos, moviendo suavemente el ronzal. … Al llegar a mi casa, mis padres ya me estaban esperando

—¡Por Dios hijo mío!, ¿pero ¿dónde has estado que nos has hecho llorar?...

Les miré sin decirles nada, bajé la cabeza y me puse a gimiotear… Hasta que balbuceando les dije entrecortadamente:

—¡He estado en el campo cortando taramas con el Sebastián!… Entonces mi padre, me cogió por los hombros, y zarandeándome, me dijo: “¡No lo vuelvas a hacer nunca más! ¿Lo entiendes hijo mío…?” Y después me abrazó con todas sus fuerzas, mientras que mi madre me secaba el llanto con su delantal.

Autor: Francisco López Delgado
Todos los derechos reservados.

Fondo musical: "Los cuatro muleros"
Cantada por Estrella Morente.

Comentarios & Opiniones

Luna

Hermosa historia la tuya, cuantas vivencias. Y que ha pasado con ese chaval llorón? yo sé que anda por ahí, juntando sus recuerdos y ahora es un señorón, de esos que uno quisiera tenerlo más cerca, un amigo entrañable de esos qué hay muy pocos.

Critica: 
Luna

Me encantó esta anécdota tuya, mi abrazo emocionado y dos besos a la usanza española.

Critica: 
Franlodel

¡Ay mi querida Normanda! Ese chaval que soñaba y lloraba y saltaba y reía, aún habita en mí, y de vez en cuando, me susurra cosas al oído... para que el señorón acomodado despierte y le vuelva a tomar el pulso a la vida. Gracias mi buena amiga

Critica: 
Franlodel

Normanda, yo también te los mando con todo mi cariño.

Critica: 
Silvia

Franlodel en pocas historias se siente el vibrar de gustos,olores,sensaciones todas,y ahí me fui por un ratito y te ví,y sentí olor a campo y ese rico olor a guiso,haces sentir amor puro,como la de tu Madre secandoce con el delantal

Critica: 
Silvia

Es excelente historia y aún más si lo hiciste tan preciado recuerdo, Miles de estrellas todas para ti besos.

Critica: 
Franlodel

Que bonitas palabras me has dicho, amiga! Eres adorable. Te envío muchos besos y abrazos.

Critica: 
Leonardo Sarmhi.

Hermosa historia, bellos recuerdos, excelente narrativa, que bello es el campo, que vida uno vive en ello..Que hermoso final la ternura de una madre ! Muy bella pluma, en estas obra y sus personajes...Saludos gran poeta Franlodel..Mi aprecio..!!!

Critica: 
Mac1965

Preciosos recuerdos transmite en su obra, aventuras de niño que uno siempre recordara. Me hizo sentir ahí con su excelente relato, lo felicito...me gustó mucho y aprecio su talento. Un fuerte abrazo

Critica: 
Franlodel

Muchas gracias Marcelo. Por desgracia, no todos lo valoran como tú... pero, así es la vida. Un abrazo.

Critica: 
María del Rocío

Que maravilloso es recordar de esa manera, con la capacidad de llevar al lector a la vivencia misma. Su pluma tiene hacerme estar presente de sentir. Que precioso Paco! Gracias

Critica: