Le llamas resiliencia

La noche en que él no me dejó volver, fue cuando acepté salir con un extraño. Mi mamá me miró con lástima, pero me dijo que yo tenía resiliencia.
Yo diría más bien que era cobardía, porque la idea de quedarme a solas con el dolor me aterraba, así que prefería aceptar lo que fuera que me llevara lejos de la angustia.
Me fui de la mano de un musculoso con aires de abusador, corriendo por las calles a oscuras mientras intentaba cosas que no me atrevo a mencionar.
Pero la adrenalina era mejor que el dolor, la aventura me permitía olvidar.
Si mi mamá supiera que cuando él me eliminó me escondí en el departamento de un egocéntrico durante todo un verano, no me diría valiente.
Si le hubiera contado que me cerraron las puertas y tuve que irme con un modelo de revista a esconderme en una plaza, no me miraría con orgullo.
En sus ojos solo vería decepción, no soy la chica perfecta que imagina, yo huyo de todo y voy dando tumbos por la vida.
¿Pero ahora qué hago?
¿Qué hago cuando no quiero huir, pero la angustia no me deja dormir?
¿Es esto madurar?
Quizás crecer significa afrontar al dolor como un viejo amigo, abrazarlo y hacerlo parte de uno mismo.
Dormir de la mano de la ansiedad.