La pregunta

No recuerdo la última vez que me dormí llorando.
Pero anoche, impulsada por el alcohol, tuve el valor de preguntarte:
“¿Será que podemos ser amigos normales?”
Tú, tan lindo y relajado, aceptaste de inmediato. Lo que debería darme paz, pero no llego a sentirla.
Supongo que mi parte egoísta está enfurruñada en una esquina, pensando en que era lindo tenerte por aquí.
Bailando a las tres de la mañana parecíamos ser iguales, pero cuando sonaba “Die for you” mientras dormías conmigo en aquel motel de mala muerte, supe que algo no se sentía bien. Porque la persona con tendencia a romantizar todo, no fue capaz de romantizar ninguna noche en tu compañía.
Entonces las diferencias se hicieron más evidentes. Los rodeos y las carreras de galgos. Yo, una chica de ciudad que le teme hasta a las mariposas, con el que sueña con una casa en el campo.
Pero a pesar de todo aprecio que intentaras acoplarme a tu mundo, llevándome de la mano con tu familia, cubriéndome con tu cuerpo a un lado de la piscina, para que no se me acercaran las abejas.
Dios, me gustaba sentir tu protección, tu caballerosidad y tu respeto. Me llevaste a salvo a casa cada noche, como ayer, para que yo te hiciera la pregunta.
“¿Querrías seguir viéndome si solo fuéramos amigos normales?”
Porque no me gusta la idea de no verte más, pero al mismo tiempo, cuando te veía sentado en mi cama, no podía más que pensar en que no me gustabas. En qué no me gustaba tu perfume, ni tus besos.
Pero aún así, te quiero conmigo de alguna forma, ¿Tiene sentido?
Lo único que sé es que al menos anoche mi racionalidad le ganó a mi egoísmo.