La iglesia.

Desde tu ventana se podía ver una iglesia.
Una noche perfecta, en mi lugar seguro.
Donde hacia frío en primavera
y se sentía calor entre tus brazos.
Le saqué una foto a la iglesia desde tu ventana,
la luz solemne que brillaba en la noche.
Me sentía en paz, ahí en tu habitación.
Desde donde se veía la iglesia que refulgía a la luz del sol a la mañana siguiente.
Te amé, mientras tú fingías amarme, para suplir tu poco amor propio.
Y ahora no puedo pisar tu ciudad sin pensar en ti.
En los meses en que me sentí segura en tus manos,
las mismas que me soltaron sin previo aviso.
Sí, jamás volveré a buscar un hogar en otros ojos.
Porque luchaste para que creyera en tu amor, cuando había perdido la fe.
Te esforzaste tanto, que casi te creí.
Dios, nunca dejé de creerlo, hasta que rompiste por última vez mi fe, afirmando que todo fue mentira.
Que nada de lo que dijiste fue verdad.
Que nunca fuiste un lugar seguro y que tus manos no pertenecían al cielo, sino que venían directamente del infierno en el que te encontrabas.