El barco que jamás llegó

Sentada al borde del precipicio,
el mar, el ocaso, es nuevamente el principio.
Mas yo sigo expectante,
yo sigo esperando a los navegantes.

Lo espero a él, por si acaso deja de naufragar,
por si llega a parar a mi costa.
Yo ya perdí todas las apuestas,
pero no lo dejo de esperar.

Arrinconada y abrazando mis rodillas,
¿Volverás a arribar en mi orilla?
Se esconde el sol y aparece la luna,
el frio se cola en mis huesos,
pero el recuerdo de tu voz es como el sol iluminando los techos.

Te amo, por mundano que suene en medio de mi agonía.
Lo siento, pero apagaré los faroles para que te pierdas en la lejanía,
para que no encuentres mi puerto.
Cariño, estoy a oscuras porque sé que has muerto.

Va llegando la madrugada,
toda la noche en vela, a pesar de la oscuridad, esperaba tu llegada.
Veo entonces un barco a lo lejos,
sonrío, pero no me llega a los ojos.
Suspiro, pero no me aprieta el alma,
pero al menos me da algo de calma.

No eras tú, quizá nunca lo fuiste.
Alguien se hizo camino en la oscuridad, pensé.
Pero descubrí, que por error (quizás a propósito), dejé una luz prendida.
La que bastó para que alguien llegara a mi costa desaparecida.

Tú podrías haber llegado incluso a oscuras.
Eso me rompe, me ciega.
Me lanzo al mar, esta vez, no para buscarte,
sino tal vez, para reencontrarme.

Aquel barco quizá me devuelva a la orilla
o quizá nade sola durante el resto de los días.