Asiento 53

Hace ya varios años, tres horas al norte, visité a un chico muy especial. Me prometió que iba a tener el mejor día y así lo consideré por mucho tiempo.
Comimos en un lugar donde la gente bailaba y hacía caras felices con la salsa. Luego fuimos a su departamento y vimos una serie de caricaturas. Un día casual, tan casual como lo nuestro.
Me susurró en su cama que me quería, con un abrazo infantil, porque mi mentalidad era de quinceañera. O así decía él y si él lo decía, para mi era ley, no había otra verdad. Pero en la misma cama que me dijo “te quiero”, me dijo que no podía ofrecerme más que eso. “Amigos que jugaban cada tanto“, ya que no estaba en un periodo emocional en su vida. Básicamente me deseaba, pero quería hacerlo con toda la ciudad. Se le achicaban los ojos de la risa mientras comía conmigo, pero quería comer con alguien distinto cada fin de semana. Me quería, pero no quería estar conmigo.
Por eso recuerdo siempre ese día lluvioso, porque me fui llorando en el bus de regreso a casa sabiendo que nunca sería más que su amiga.
Eso lo supe tres horas al norte y también lo sé ahora, aquí. Sentada en este bus. Tres horas al sur.