El Asesino

poema de Eli Mandino

La tarde era fría, el cielo nublado, y pocos testigos alrededor. Habían pasado ya algunos días desde su primer encuentro. Ese día en que por error se cruzaron, ese día que marcaría sus próximos cruces.

Cuánto la pensó, es un misterio, pero puedo asegurar que ella estaba en su mente desde antes del amanecer y hasta después del ocaso, de todos los días.

Hoy él estaba allí, de pie, en zozobra, en el mismo lugar, pero con la diferencia de que hoy sería el último de sus tantos encuentros.

Llevaban más de una semana después de la primera coincidencia. Ése fue tiempo suficiente, para seguirla, para vigilarla, para examinarla, para conocerla.

Uno debe saber lo que come, en su caso, él se empapó muy bien de su presa.

Llegó a relacionarse bien con ella, con su forma de actuar, con su forma de pensar, con su forma de sentir. Sabía él de sus gustos, y de sus manías, sabía de sus historias y de sus verdades, incluso por las noches ella le visitaba en sueños sin que él se lo pidiera.

Era toda una obsesión.

La quería muy suya, era una atracción inexplicable, irreversible. Si se necesitara alguna teoría para argumentar su inclinación hacia ella, no la habría, sólo quedaría decir que su apasionado instinto asesino la apuntaba.

Le urgía ser su dueño, y en su mente retorcida la única manera posible era haciéndola suya en muerte, le perseguía la posibilidad de que otro se le adelantara y le quitara su musa escondida.

Debía aniquilarla, era necesario, era prudente calmar esas ansias de sangre.

Ya era tiempo.

El hecho lo meditó la noche anterior, en la que no pudo dormir, porque cada vez que cerraba sus ojos la veía, la respiraba, y sentía ganas de tenerla; esa noche se mantuvo en vela.

Esa tarde llevó con él todas sus armas, desde la más sigilosa hasta la más letal, en la guerra y en el amor todo se vale, más aún si es en guerra.

Vestido para la ocasión, vestido como sabe que no pasará desapercibido ante ella, vestido de negro, de negro como el cielo en la noche, pero sin estrellas que brillaran.

Con sus ojos grandes y profundos, esperaba a su víctima más fiel, a la mujer que en tan poco tiempo le llegó a ocupar todo su pensamiento, a la mujer que estaba muy próxima a ser suya, a ser su víctima.

La esperó con angustia.

Pasaron los minutos, y empezó a perder la paciencia, no sabía que ocurría, ella siempre era puntual a la cita, se estaba tardando, dándole así a la tarde que caía, un dulce sabor de incertidumbre y desesperación.

Conforme pasaban los interminables segundos, el cielo iba tomando cada vez más el color de su traje, oscuro.

Ella demoraba.

La mente criminal del individuo iba trazando en silencio el plan de la tragedia, probaba con maquinar cada uno de sus movimientos, se deleitaba con malicia pensando en lo que podría hacerle, se complacía sólo con pensarla en sus brazos, gozaba con crueldad su victoria venidera, aunque al final quedaba nuevamente con la mente en blanco, y la imagen de su diosa hecha mujer.

No estaba trabajando bien.

Se estaba abandonando en el minuto menos apropiado. Debía ser calculador, egoísta, ahora más que nunca debía tener la sangre fría, los ojos despejados y la mente en marcha. No podía fallar, esta sería su única oportunidad para convertir a la sublime desconocida en su víctima perfecta, en su deidad letal.

Ella aparece.

Delante del cielo totalmente negro, tranquila, sin saber que el lobo se encuentra detrás de los árboles que se ven a lo lejos.

Ella camina sin preocupaciones, mientras el lobo mirándola escondido se pasa la lengua por sus labios como saboreando su postre pendiente.

La intercepta, y ella se sorprende, mas no se asusta, porque lo conoce, o por lo menos piensa conocerlo. Podría recordar esa mirada en cualquier lugar.

Él ya no puede controlar más su instinto asesino, debe atacarla. Pero no sabe dónde herir primero. Toda sus desalmadas intenciones empiezan a venirse abajo en el momento justo que ella posa sus rojos labios sobre su mejilla helada.

La dama siente sus nervios.

Él aleja las distracciones de su mente y recuerda su objetivo, hacerla su posesión eterna. De manera rápida recuerda sus puntos vulnerables, aquellas zonas que siempre quiso tocar, que siempre soñó tomar, pero que nunca antes tuvo.

Y lo decide.

En el cuello comenzará su matanza, seguro la aniquilará.

Es entonces cuando prepara una de sus armas fatales, sus sutiles labios. Procede con el asesinato, besa su cuello muy suavemente, poco a poco lo va recorriendo por completo hasta estar a punto de llegar a la barbilla.

Vuelve a bajar, y lo explora con delicadeza y pasión, quedando aún con ganas de más. Ella trata de apartarlo, pero termina reconociendo que también deseaba esa situación.

Continúa.

Ahora navega por debajo de su garganta, lentamente, con una fuerza que lo va quemando y que va transformando su agitación en delirio, bordea sus hombros con sus mejillas frías y queda enamorado de la suavidad y de la calidez de la piel de la dama.

Juguetea como buscando con su rostro esa máquina que ha acelerado los latidos, y se detiene justo antes de alcanzar su regazo.

Lo está logrando, ahora ella respira más aceleradamente, como con impotencia, le falta el aire, la está sofocando, y él prosigue.

De manera suave con su nariz emprende un camino en reversa pasando por cada espacio que ya ha logrado dominar, sus hombros, su cuello, y al situarse en su barbilla la rosa con su lengua.

El criminal va por buen camino, y resuelve por atacar también con sus instruidas y grandes manos.

Toma así la cintura de su inocente, la aprieta, la pone muy junto a él cómo haciéndola parte de su cuerpo, mientras que la barbilla ha sido ya conquistada por completo. Con sus largos dedos va dibujando sus fantasías en la espalda de la joven inquieta por que esta batalla se vuelva perpetua, no pone resistencia, está extasiada.

Sube los dedos hasta verse enredado en sus cabellos. Luego baja sus hábiles manos hasta sus caderas, las presiona hacia él, y desencadena una lluvia de besos en sus rosadas mejillas, roza su nariz y se la muerde con dulzura, sus manos siguen ocupadas, y con los labios acaricia sus orejas, y termina por posar sus deliciosos labios en los ojos de la mártir.

Él se aparta.

Él también se está lastimando, y ha olvidado su fin.

Ambos callan, y todo el mundo con ellos, se puede escuchar retumbar sus corazones, se puede ver el apetito por más afecto. Aún siguen callados y el tiempo se desvanece junto con su juicio. No necesitan palabras, sus miradas bastan. Sólo están ellos.

Ella toma las manos de su caballero y las coloca en su estrecha cintura, le pide, sin hablar, más de esta aventura.

Pero él no puede, se siente traicionando su ideal, asesinarla.

Entonces ella besa sus labios, y se vuelven a encontrar, se vuelven a fundir. Se recorrieron por completo, se necesitaban. Ya no sabían quién era víctima o asesino, ambos habían caído en su fuego. Se tocaron, se besaron, se acariciaron, se unieron, se mordieron, se quemaron... se separaron.

Ella en gratitud finalizó besando sus manos, su cuello, sus hombros, su barbilla, sus mejillas, sus ojos, sus labios, su nariz y su frente, cerrando su choque desenfrenado de deseos.

Ella tomó sus pertenencias, que en su instante de desvarío tiró al piso, el tiempo volvió en su cuenta, las personas comenzaron a aparecer, los corazones se tranquilizaron, los labios se secaron, la carne se enfriaba. Ella volteó, caminó, y siguió su rumbo, tranquila, segura, liberada, satisfecha, con los ojos llenos de vida y con una leve sonrisa como burlándose de los recientes curiosos por la extraña escena.

La compañera desapareció.

Si preguntan por él, lo encontraron en el piso, inconsciente, con serias quemaduras en sus manos, pero con una expresión de saciedad, felicidad y de conspiración. Cuentan que lo llevaron a una clínica, había sufrido un severo paro cardíaco, estaba en coma, pero también dicen que logró escapar de la policía esa misma noche.

Nadie supo por algunos años de aquel extraño que quiso eliminar a una dama, y se convirtió en su víctima, aunque nadie tampoco pudo revelar el significado de sus intensas miradas, y el porqué ambos terminaron con ese gesto de complicidad en sus rostros.

Estos amantes burlaron a los testigos y no sufrieron daño que ellos mismos no pudieran curarse, estos amantes que siguen juntos, estos amantes que todavía juegan a las víctimas y a los asesinos, estos amantes que aún se desgastan apagando sus ambiciones de querer, estos amantes que aún viven y que aún mueren de amor, en cada una de sus tardes frías.

Comentarios & Opiniones

lumicradle

Hermosa obra, con su toque de deleite y misterio de querer mas.
Saludos y amistad le envio...

Critica: 
Yan

Una interesante narración mi querido amigo. Un placer leerte. Besos con cariño.

Critica: 
Eli Mandino

Gracias por sus comentarios. Saludos.

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