El funeral del anarquísta Galli

Desde el espíritu de las hojas,
escalan los espectros de mi pecho
al viento.

Abajo,
una congregación de velas
iluminan el atardecer.

Prenden las llamas
que de su cresta exhalan.
Cual acuarela abrazada al lienzo
y encienden el rostro que pende
de la fe.

El sufrimiento,
el oscuro color del padecimiento
brillan,
ante la blanca tez de la virgen.

Una salva de ecos,
de trompetas triunfantes,
reccoren desde los infantes
una larga comparsa
solemne.

Desaparecen,
fundidas en la eternidad
de la carne,
la paz de un camino.
Sin pena ni gloria,hacia ningún destino.

Y tras de ellos,
una tormenta de miedo,
el olor de la ceniza
sobre una marejada de fuego
tras de la deidad.

Manchan con sangre su ruego
al amor mortecino que anhelan,
las lágrimas bajo la lluvia se consuelan.

Vuelven al templo entre artifícios.
La devoción,
La procesión
se escabullen por un orifício en el fango.

Entre el alborozo y el gentío,
el hastío de la marcha,
al otro lado de la escarcha
que acaricia un manto roído,
la batalla del porvenir.

La tarde concluye,
el último haz del santoral confluye
junto a la noche,incierta,
que de la herida a la danza
sopesa el sacrifício en su balanza
mientras se celebra la fiesta.