Lirios
Las mandíbulas de mis manos
se encogen como barrotes
de nudillos que te estrechan.
Y los pétalos de hueso,
hacen un puño en las trincheras
como una luna en su palma.
Aún te recuerdan los lirios,
como púrpura ceniza
entre las rejas de la acera.
Aún permanecen tus dedos,
como el surco de la azada
en el anverso de mi tacto.
Mis manos deliran de afecto;
estrangulan la primavera
con su caricia de barbarie.
Mi amor es un negro cuervo,
que habita como el otoño
en la garganta de las flores.
Y lo escupo de mi tráquea
entrecortada al nombrarte.
El aire que te conjuga,
se cae en el violento huracán
como una hoja de carbón.
Y la luz, con su navaja
abre mi nuez en dos pupilas,
desangrándome del sueño.
Vaciándome de tí.
Llenándome de tu espera...
Allá donde halle un camino,
hay una mota de tu iris
en mi tapiz globocular.
Mis córneas son autopistas.
Y en el arcén de sus cunetas,
se derrama la medianoche.
Mi espíritu está renqueando
en la vejez del automóvil
que lejanamente rueda.
Y ruedo sin destino.
Buscándote en todo lugar,
al que ninguna parte llega.
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