Parada de Maniquíes

Parada de maniquíes

¡Abran paso, abran paso!
despejen el sendero por favor,
se acercan los maniquíes de loza
desfilando en su procesión.

Se desplazan sigilosos
con mesura y cautela,
modelando su ropaje de gala,
piedras doradas, lana por cobertura
¡ay, magnífica su lisura!

No voltean su tarro
con gracia ignorando la patulea
dirigiéndose a su vitrina
sin hacernos (hacerme) caso.

Sus rostros sin orificios,
asustan a los pequeños
caminando en silencio
siempre hacia delante.

¡Abran las puertas, abran las puertas
déjenlos entrar a la catedral
que las campanas marcan doce
la liturgia acaba de comenzar.

Varios maniquíes de la parada,
se estallaron en el umbral,
aun la marcha continuó
ninguno decidió parar.

Al cerrarse las grandes puertas,
mirábamos la novedad por la cristalera
era un recuadro quieto de maniquíes
posando sin orificios en espera,
el comienzo del sermón monótono,
para ganarse la fortuna divina entera.

Afuera reímos en revoltosa algarabía,
nunca se había bebido así en otro día
mientas que dentro de la catedral
no se escuchaba la mínima voz
el silencio era morboso, atroz.

Se escuchó un rugido en las alturas,
de momento el cielo comenzó a llorar,
con lágrimas de fuego, fuera de la catedral
y todo; y todos, nos empezamos a quemar.

Nada sobreviviría la hoguera,
ni la cosecha, ni hombre, ni animal.
Todo sería cenizas, menos la porcelana
las figuras huecas dentro de la catedral.

Mientras ardía en la pira
antes de morirme
topé con un pensar
ni conociendo mi fin trágico
con los maniquíes, jamás…
hubiese querido procesar.

Cuando por fin cesó el inferno
y salieron los maniquíes de loza a desfilar
solo había un silencio morboso,