El delegado de Dios

Sentís que no sabés para qué vivís, sentís una opresión que no te deja avanzar; sentís que tu locura provoca emociones que no podés controlar; te sentás en la cama; y una lágrima que germina lentamente te hace preguntar; qué sucede, por qué estoy llorando; qué es lo que hace falta en mí, por qué hay tanto vacío; alguien se acerca, no sabés quién es, tu rostro no quiere dejarse ver e intentás en vano secar tus lágrimas, disfrazar lo que te sucede; pero es demasiado tarde; tus ojos se han empañado; durarán así y tenés que dejarte descubrir; al mirar a los ojos de ese alguien; te arrepentís por quererle encubrir tu sentimiento; te desahogás; y a medida que hablás con la confianza que nunca tuviste con alguien; te has de sentir mejor; te has de sentir escuchado; es lo que vos necesitás; las respuestas a las preguntas de ese vacío, de esas lágrimas han sido resueltas; la tranquilidad y la paz es lo que ahora te acobijan al terminar de recitarle tus palabras; no te explicás por qué has cambiado tan rápido, por qué tu vida ahora tiene sentido; es cierto que los ojos de ese alguien te dieron confianza; pero no supiste de quién se trataba; y ahora que querés volver a mirar ya no está; tranquilo te encontrás; pasás la mejor noche de todas y al despertar ves debajo de tu almohada un mensaje que dice: volveré...