El loco

poema de Alastor

I
Ansioso por alcanzar sus objetivos, el loco se echa sobre un montón de hojas secas, alrededor de la tarde temprana. Aún se escuchan desvencijarse esas penurias doradas cuando ya sueña, con sus puños cerrados, lejos de su cuerpo. Se siente observado. Solo un viejo y cansado chucho, cuando viendo al loco dormir tan plácidamente bajo la sombra granulada e imponente de la falsa pimienta, al recordar todas esas subidas hacia el llano elevado en busca de basurilla y liebres henchidas de rencor, es capaz de despertarlo, cuando a escasos palmos del loco encuentra su propio caldo de hojas secas para hervir las delicias del sueño canino. El loco, tras un fuerte espasmo, espanta al perro que huye de nuevo hacia el llano elevado, jadeando entre las aves que lo saludan con su siniestro parpadear de mente elevada y manos al viento. Tal y como parpadea y se agita un loco tras su alegre siesta.
El loco siente sed antes de mirar los dedillos de sus pies. Observa como una uña sobresale sobre el resto, la central, y en un hábil manejo de su pulgar bien encapotado cercena tal resabio, olvidado cuando minuciosamente se ha analizado en cuanto flexibilidad, dureza y rebaba. La plaza Artúrica se encuentra a unos doscientos pasos, aproximadamente, de su sombra predilecta, de su estar presente, de su siempre estar presente. Y no hace falta palpar su parte que palpa, no más que despejar los rubios cabellos de su rostro, no es necesario aparentar ser quien no se es, como para masajear un dolor en el pescuezo o despejar sus brazos de turba joven, aún áspera, como son las hojas secas. Sí sacudirse el pelo. Andar lo andado, como siendo un héroe en una tierra nueva, por conocer incluso para sus nativos, ahora propiedad del loco, mensajero del amor, desenmascarando a la propia belleza sin ni tan siquiera mirar a los ojos. Andando lo andado. Despacio.
El agua de la fuente parece envejecer su rostro lozano. Claro que mientras aún pueda ver su rostro reflejado, puede aún beber de esa agua, mojar sus labios lo suficiente como para que su lengua tenga motivos para salir de su boca, y si es preciso y verdaderamente imprescindible, hablar.
Ahora, al igual que tantos locos en tantas historias, debe elegir su camino, de este día, el verdadero camino, porque tan solo existe uno. Observa a su alrededor, y cuando su mirada alcanza tierra lo más natural posible y pedregosa, encuentra su motivo y solo le queda adivinar la pendiente y subir, siempre, subir siempre. Al pasar una zona de humildes casitas y encontrarse con los raíles del tren, enemistados el uno con el otro hasta la eternidad, donde siempre acompañan ciertos monumentos en honor al poder humano de la comunicación, macizos, el loco, se para de seco y cuando la brisa lo espabila lo suficiente, arranca del poste un anuncio que expone: “Maravíllense con la terapia para el despertar de la conciencia eterna del mundialmente amado Martín Bueno, el heredero de las doctrinas del círculo del hueso de oro. Se le concede gratuitamente y mediante todo el cariño del mundo el tratamiento de su mayor dolencia existencial: la vida “
II
El brujo va acompañado de todo el mundo excepto de su sombra, contrariamente al loco. Éste se sienta preferiblemente lejos, en un pequeño pero hermoso anfiteatro al aire libre rodeado de cipreses, pero al ver como la gente pensó honestamente en no acudir para no perder su valioso tiempo, decide sentarse a siete puestos frente al astuto fanfarrón que merodea ahora solo por el escenario como una hiena perdida bajo la luna llena, vociferando y malcriando el estupor; pies planos, voz asiática, mente plana.
“Por favor, les ruego, pronuncien en voz baja un nombre al azar, inclinada su cabecita, ojos cerrados, mente abierta. Concéntrense.”
El loco no puede realizar nada mediante el azar. Así que pronuncia el nombre del brujo-Martín, Martín…-.
“Ahora, contaré hasta tres, y ustedes levantarán sus ojos para mirar a una persona, la que ustedes elijan, con arbitrariedad, y deben mantenerlos unidos a ese espíritu durante diez segundos”.
Claro, el joven loco, debe mirar al forastero, y al alzar su vista puede observar con asombro como el brujo ya lo está mirando a él, así pues decide mirar a otra persona.
-Maldito carbonero, hemos pagado plata por hierro, ¡Y qué hierro! Sus ideas están oxidadas como…
Cuando un barbudo viejo-viejo piensa el loco-llega desde atrás como la brisa, siempre desde atrás para sentarse junto al loco, y le expone esa frase inacabada unas feroces llamas anegan de furia y devastación los verdes y espigados cipreses. El loco es el último en salir corriendo, hipnotizado ahora, por la reacción del brujo, que trastabillado cae con la cara por delante desde los casi dos metros de altura del escenario, gritando pavorosa y psicóticamente. El loco lo socorre con suma paciencia, y lo arrastra lejos del alcance de las llamas.
El loco ayuda con las labores de extinción, pero no queda exento de miradas acusadoras por parte de vecinos que ni tan siquiera han acudido al encuentro. Jamás.
-Ya decía yo que este miserable carbonero nos traería alguna desgracia. Bah…
-Es curioso como el fuego atrae al viento.
-¿Cómo dices? Será nuestra impresión, le damos más importancia a la naturaleza cuando la vemos sometido a una catástrofe como esta.
-No. No hablo de eso. Es como cuando has olvidado un amor. Has escapado. Sin embargo siempre lo querrás y cuando aparecen las llamas del amor perdido en unas manos que se miran misteriosas en un solo cuerpo, a su vez el viento del recuerdo agita tal destrucción, dejando escapar segundos de vida en una pequeña chimenea, negra como el hollín mismo que almacena. Solos. Calientes y sanos. Solos. Temerosos e ignorantes. Siempre, fuego y viento.
-… Bueno, y qué me dices de la tierra y el agua.
Un reducido grupo de personas lo observa conversar con aires de confusión.
-La tierra y el agua están demasiado ocupados esperándonos. Ellos esperan. El fuego y el viento me temo que no.
El viejo barbudo inclina su amarillento sobrero y tras sonreír al loco sale de escena, calle abajo.
-Así que te gusta como el fuego borra todos nuestros sueños.
Las palabras poéticas de un joven que se adelanta unos pasos del pequeño grupo tejen diversos tipos de emoción en aquellos que le preceden.
-El fuego son los propios sueños. Los sueños destruyen más que crear.
-Maldito necio… Estás loco.
-Todo es posible.
-Eres tú el único que ha venido solo a excepción del viejo, el único lo suficientemente asqueado con la vida, ¡como para venir con el pelo lleno de tierra y la barba mojada, con las telas rasgadas y el hocico tan suelto! ¡Déjanos mirar tus apestosas manos!
El loco levanta sus gemelas antes de que el joven mozo las alcance y las muestra a su público, que indignado exclama un ¡no puede ser, negras, quemadas, mancilladas, mentirosas manos...!
Pero el loco es loco por algo. Hay un motivo, siempre. Y palabras, más que hechos, que lo demuestran. Al menos en este caso.
-Bien, empecemos por el principio. No pondré en tela de ningún juicio el hecho de que en este preciso instante todos ustedes comparten la idea del loco y mi rostro de fondo. Pero, ¿se han dado cuenta de lo parecidos que somos este joven y yo? Tanto él como yo intentamos, en esta conversación una respuesta a favor del jurado, por lo que usamos nuestros mecanismos de atención, a saber levantar la voz, agrediendo al contrario, o dulcificando el aroma de las palabras, empatizando con el contrario, siempre para vencer, por supuesto. A ti en concreto me dirijo. Es posible que trabajes duramente cada jornada por la sensación de dormir en paz en tu hogar. Tal vez no. Y como no, tu hombría es propia de una criatura salvaje, o natural, en pos de perpetuar esta rica especie. Niéguenmelo si miento al afirmar que somos hijos del exceso y la envidia. ¿Pues no prenderías fuego al mundo por seguir sumergido en el cauce de los valores que te hace ser tú? Por supuesto que no… Pueden pensar que odio el otoño. O que lo amo demasiado…
-¡Calla idiota insensato! No queremos oír tu estúpida charla una vez más… Bien es sabido lo imposible de considerar a una persona como lunática con total convicción. Pero como bien dices todos nosotros estamos unidos, en cambio tú, cuanto más duermes más cansado estás. Tú prefieres perder, concienzudamente. Porque no conoces el norte del triunfo.
-Demonios… Tienes razón, estuve pensándolo esta mañana, antes de la siesta.
El joven valiente escucha de lejos la risa de dos chicas y su hermano mayor, como llamando su atención, mientras el público se disuelve como si de un simple remolino de arenisca hubiesen sido espectadores. Pero al alejarse del loco, éste, lo agarra del brazo, trayéndoselo nariz con nariz.
-No volverás a escucharme en lo que te resta de vida, así que pon atención. Dos personas se diferencian entre sí por lo que a cada una de ellas le sobra en su vida. A mí me sobran muchas más cosas que a ti, humildemente te lo aseguro. Pero al morir, si ambos hemos alcanzado la felicidad, es decir, si ambos morimos siendo humanos, sea cual sea el color de la felicidad, ¿quién de los dos pensará por más tiempo que ha perdido el tiempo en su vida?
-Si me vuelves a tocar te mato.
-Contesta.
-Tú, siempre tú.
-¿Por qué?
-Porque siempre sabré que el amor que hay en las personas me pertenece antes que a ti.
-¿Estás seguro de que el amor nace de las personas?
-Cállate de una vez, no me calientes loco.
-Yo no voy, tú en cambio, has elegido no saber cuándo ni dónde llegaras, y si lo haces, no sabrás el por qué. Olvídate. Yo no hago, tú y los tuyos cuanto más hacéis más personas mueren en el mundo. Datos inexactos, pero altamente probables cada vez que me miras y te miro. ¿Sabes lo que alimentas? Perdóname si confieso que no lo tengo del todo claro y considero más prudente esperar, aunque la espera sea mortal. A veces la justicia es inmóvil y milenaria como un olmo infestado de tumores. Otras veces es un campo de verdes tomates dispuestos a ser recogidos. En cualquier caso la lluvia no mojará directamente sus raíces, y esa tierra que dicta sentencia y permite ser traspasada es la misma que pisamos tanto tú como yo, ¿Por qué debería ser yo quien la intente quemar? En cualquier caso siempre serías tú aquel que quisiese hacer como suya una baba de diablo, aún sin saber distinguirla, ni saber de su presencia, tan solo porque aquí mencionada, respira realidad. Para ti toda, te la regalo. Tan solo me despido de una persona conocida. Siempre ha sido así a lo largo de mi vida. Sin embargo, actuaremos como en tu mundo. Ahora, adiós.
El loco, calle arriba, por su nuevo pedregoso y jamás asfaltado camino, se aleja con la lentitud con la que brillan las estrellas, mística lentitud como la de las olas cuando cambian su rumbo, precisa, casi imperceptible.
-Está loco…-el joven mozo echa la vista atrás y vuelve a mirar al reducidísimo grupo que aún quedaba expuesto al duelo-. Sí, sí, pero él no tiene amigos. Mía es la última palabra.

Comentarios & Opiniones

LUZPAZ

Apasionado escrito con mucha ductilidad en tus versos. Abrazo con afecto.

Critica: 
Yan

Guaoooo mi querido Alastor mi respeto y admiración para tu pluma magistral. Eres un escritor. Besos con cariño.

Critica: 
JAIME REYES(JAIME REGAL)

interesantes letras, un gusto leerte saludos.

Critica: 
geniodulce2013

Alastor me encanta tu narrativa relatas una realidad y lo envuelves a uno son extensos es tu estilo y particularidad felicidades6 estrellitas

Critica: 
Alastor

Casaluna, agradecido por tus palabras, me alegra que hayas podido percibir algo de pasión. Un abrazo también para ti.

Critica: 
Alastor

Yan, es un placer que te gusten todos estos relatos que de vez en cuando encuentro por mi escritorio, espero seguir compartiendo más. Besos con cariño también para ti, poetisa.

Critica: 
Alastor

Jaime, nuevamente complacido estoy por echarle un vistazo a mis publicaciones. Siempre es de agredecer una buena compañía. Saludos

Critica: 
Alastor

Geniodulce, muchas gracias por estar siempre arropando mis letras en este espacio. Me alegra que este texto también haya sido de tu agrado y hayas podido pasar unos buenos minutos. Un fuerte abrazo.

Critica: