Cuando en la noche mueren los felinos
El dolor no es llevadero por más que
desmenuce las blasfemias:
la oscuridad es lo que desconozco
y se me escapa, inaprensible,
con la esquiva viscosidad de los segundos;
inquietud y angustia me derriban en las sombras.
La tristeza es un oso polar que da vueltas
y vueltas en torno a un tronco ya podrido,
el hastío mezclado con la nada
que no cazarán nunca en la sabana;
el miedo insólito del lobo ante la oveja.
La desilusión es un toro salvaje,
apuntillado con un estoque estándar,
barrotes que limitan el paso del sol;
es la hiena estéril que ríe tras el vallado
o el puma que, mutilado por la luz,
despeña a sus cachorros.
La desesperación es observar cómo
se arrancan, mutuamente, espinas dos papiones,
el picado del águila abatida de un disparo
que agoniza con los ojos manchados de barro;
es la rutina en los ojos del tigre enrollado,
la libertad perdida para siempre.
La renuncia es descorazón ante la vida que rueda,
tener el corazón herido de apatía.
Cruel espía, guardián la belleza, el vigilante
de la zona de grandes carnívoros pasea entre las jaulas
mientras en la noche mueren los felinos,
devorados por la garganta terrible de las sombras.
("Honed")
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