"Conctacto", fragmento de la novela: Estraperlo. Capítulo I

2025 Mayo 15
Poema Escrito por
@narramatrix

"Convencí a uno de mis guardianes para que me dejara huir. Le supliqué que millones de años de evolución de la naturaleza no debían ser alterados artificialmente. Y, de ese modo tan mundano, en un acto de subversión hacia el sistema, ese ser consintió mi regreso a mi planeta natal.

Ave, máquina y hombre surcamos el firmamento empujados por el aliento de nuestro astro rey. Atravesé la atmósfera envuelto en un plumaje de cuchillas de oro que hizo las veces de refugio y pantalla frente a la reentrada. Juntos, amparados por la oscuridad de la luna nueva, planeamos sobre la noche terrestre hasta arribar a mi destino.

Análogamente a la respuesta dada por Fermi a la aparente contradicción de su propia paradoja, la sociedad terrestre había enfilado su autodestrucción.
Discreto en mis acciones y con la firme decisión de profanar la palabra del nuevo orden, me convertí en resistencia".
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Apenas un par de metros de distancia me separaban del tejado del inmueble vecino, pero, incluso un pequeño salto como ese, desde el alfeizar de la ventana de mi habitación, no era para tomárselo a broma porque un mal cálculo, de seguro, me hubiese precipitado desde una altura de cuatro plantas al mohoso patio de luces de la comunidad.

Esa misma mañana, mi camino a pie al colegio se había hecho un poco más abyecto de lo habitual. Cuando recién sales del portal de tu casa y te encuentras, colgado de un columpio infantil, a un gato quemado y abierto en canal y, unos pasos más adelante, hallas la cabeza decapitada de otro felino ensartada (a modo de pica) en la punta de una rama seca, la cosa te hace entrar en situación, y más si apenas has cumplido los once años.

D

espués de un pequeño paréntesis, simplemente vencí al miedo y salté. Mi cuerpo rodó casi sin control sobre el ondulado conjunto de grises placas de uralita fabricadas con el tóxico amianto, que en aquella época era el material común que cubría la mayoría de las cubiertas. Después de unos buenos trompicones que me hicieron tambalear, llegué al final del viejo techado, en este caso limitado por uno de los frágiles canalones que hacían de aliviaderos para el agua de lluvia. De ahí, probé a deslizarme con mucho cuidado por una gruesa tubería (que milagrosamente aguantó mi peso) para alcanzar el agrietado asfalto de la calle.

Continué corriendo alocadamente al igual que una presa huye cuando es perseguida por su depredador. Mi refugio pretendía ser la cochambrosa colonia de Caño Roto, coronada por el poblado marginal del Cerro de la Mica. Este último, un desordenado lugar inundado de infraviviendas y chabolas que se levantaban sobre la base de un laberinto de charcos de barro. Y lo más importante, vetado para la Policía.

En 1983, el distrito de Carabanchel era un lugar agridulce para vivir. Los picos, la heroína, los ajustes de cuentas y, unos años más tarde, el sida, se llevaron por delante a muchos de los hermanos mayores de mis colegas, a los primos de otros y a un montón de peña. La pérdida de casi una generación de jóvenes vistió de luto a un gran número de familias del barrio. Luego ahora, ¿miedo de qué?

Nuestro inocente espíritu no llegó a quebrarse en aquellos días, y los niños logramos convertir la resiliencia en disciplina. Asimismo, supimos franquear las montañas de jeringas abandonadas en nuestros espacios de juego, y también resistimos la tentación de seguir a las reatas de las sombras de los que antaño fueron seres con nombre nacidos de alguna madre.

Luego entonces, de adultos, ¿temor a qué? No, eso se acabó. Si nuestro legado era la enseñanza que desinteresadamente antaño nos había proporcionado la mísera calle, que al menos hubiese servido para ser más fuertes.
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2025 Mayo 15

@narramatrix
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