Lo que temo

La verdad es que más le temo a un narcotraficante que a un filósofo.
Y lo digo en serio.
Le temo más a un político que a una ideología.
No le temo a ningún pacto si habla de dignidad.
Le temo a quienes firman el pacto.
Lo que es justo para mí no tiene porque ser justo para otro.
¿Debemos decir entonces que la justicia no existe?
¿Es justo que no se toque un árbol por el oxigeno que respiramos?
¿Es injusto construir un hogar con la madera del árbol?
¿Debe existir una ley para respetar la cultura de otro?
¿Es tan distinta la idea del amor entre uno y otro ser humano?
Todos conocemos estas respuestas.
Pero respondemos de manera distintas a cada una de ellas.
Porque finalmente nos importa el gesto o el contexto.
No percibimos el fondo y no dejamos que nadie nos diga esto.
Decimos que son imposiciones aunque sea la verdad.
¿Por qué no aceptamos que alguien diga la verdad?
Porque por añadidura todos tenemos la verdad.
Pero mentimos, igual sabemos que mentimos.
Empañamos la justicia con la justificación.
Por conveniencia damos valor a las cosas.
Y si así fuese, tampoco nadie sabe dónde está la maldad de lo conveniente.
Si finalmente, santo o demonio, a cada uno su conveniencia.
Por eso que me desgano, pero, no desisto.
La razón se expresa con el lenguaje.
Y el corazón a través de la razón.
Lo que nos perjudica es separar la razón del corazón.
La esperanza es razonable y comprensible.
No tiene nada de ilógico la fraternidad.
Imagino que el amor, como todas las cosas, debe tener su propia conveniencia.
Si para el amante, para el amado o para el mismo amor.
No le temo a las críticas, si le temo al oportunismo.
No le temo a la libertad, sino, a los esclavos que piensan que son libres.
Y sí le temo a mi libertad, si no logro encontrar mi responsabilidad.
No le temo a las palabras, si le temo a los que dicen lo que no creen