Victoria

poema de San Brendano

El rosario de Victoria

En su leche corpórea
Al orquestal sonido de la trompeta mágica de Neptuno
Al enfatizar el carro de Andromeda, Corpus Cristí, se haya en medio del lecho de una Cleopatra.
Ha bebido la sangre del Dragón, con cientos de legiones, se ha ponderado ante la sana locura de (Efigenie) y sollozando, en la oscura catacumba inmortal, Victoria oye al mar.
Ha rezado durante horas. De cuclillas, ha asomado su medula mediante el cabezal del esquinero marrón. Con sorna y algo de dulzura, emprende, el vocablo de las letanías a su Dios. Victoria, era un ser hermoso. Ya dotado de belleza, abandono su primera forma angelical, para habitar entre humanos. Con golpes de retumbe y doble cañón, ella aguanta, que pronto el padre diga su oración.
Victoria, es adivina y anciana. Hace ya mucho tiempo, ella sabia que había de morir en su lecho. Más el trajinar de los libros santos, la entumecen, ya sus pies puros, han de caminar hacia el cielo de plata. Victoria es un sinónimo de apariencia. Ha de gobernar con bastón de oro, su reino y con flamantes laureles en su genio, ella con su rosario, peleara hasta el final. Pero Yahve, es silencioso, no se la llevara sin previo aviso, más con un beso en su frente, la recibe, y Victoria al morir, solo inspira: para Silvestre, mi arma, para ella mi rosario de divinidad que me ha salvado después de pedir la reencarnación del sol en mí corazón.

Para ti, tía Victoria... Que al morir nos dejaste un rezo.