A la mujer amada

poema de San Brendano

La observo dedicarse según una palabra marchita y distinta. Mi voz es lejana: una flor purísima revestida por hemoglobina y células que respiran oxigeno, me han dado la vida los libros y a quienes he dedicado mi memoria espiritual. Recreo una imagen: lo usufruactuo de manera única, la vida me ha jugado una mala pasada, los dioses chamanicos me lo habían advertido atrás en mi ancianidad. Una mariposa degradada y sensual duerme en una cama de hierbas e hidrosfera como las capas de un cielo mudo. Obtengo semillas de sésamo alrededor del cabezal de aquella tumba enoquiana. Un ángel, un halito responsable alborozado por lenguas anglosajonas, la sangre purpura manchando el rostro de un marmóreo epíteto camuflado por hendiduras tipográficas y autóctonas. Mi alma va transmutando su delgado citoexqueleto con las clavículas, un borde de esternón y imaginarios colibríes sojuzgando las ventanas abiertas para que una vez libres de toda enredadera mecánica las angiospermas que se drenan tras el renacimiento de un tallo cóncavo se respiren tranquilamente y luego, cierren los parpados para morir en paz.
Cito los evangelios. Me atraviesa el llanto de las palabras enunciadas mediante un periódico de Mendeleiev. Las esferas prolíficas de una bailarina con tintes a locura y sin su armadura virginal, la hacen promiscua ante la mirada de los seres humanos con su radiante esbozo de profunda ternura. Hay un libro con inverosímiles sustantivos y son mi recuadro armonioso, mi estancia natal como la magia verdadera hecha con las manos y borrada con los labios. Restituyo la letra en su justa medida. Mi poder es cantar con el timbre mudo de un asesino, es donde me sentiré mártir de mis sueños y les rendiré un solemne rito. Los antiguos ancestros hablaban a los niños de los fantasmas que se ocultaban tras el espejo mórbido de una lacerante música que sopesada indistintivamente nos brindaba una disímil aventura. Existen los cofres donde habitan los misterios andariegos que los poetas se arman con piezas de piano, no son solo muros corroídos de una lentejuela vacía. La casa es tan grandiosa que el templo se vuelve un taburete de mamposterías con civilizaciones gentiles y cada uno de ellos obran con su propia y sonora voz, son como las iglesias cuando se yerguen en una sola vista esporádicamente para sellar el rustico techo y honrar como una muestra caravagiana a los fósiles que concurren bajo el suelo y testimonean haber deambulado por las ciénagas de los pantanos.
Una cruz lirica se posiciona delante de una bruja con somormujos y pócimas latentes que sirven como caricia hedonística a las pieles que han sido lastimadas por el error grandilocuente que es la misma vida cuando el animal llega a su edad viril y muere en un espacio distante a una cueva que suele recluirme y salvarme de lo que es la estima y el dolor.
Ciertas mujeres son hechizadas desde pequeñas y en sus corazones depositan una salutación romana y también latina, tal accidental suicidio solamente es susceptible cuando el nombre que se ha descrito desde el nacimiento de los apellidos es burlado con insistencia y maldad. Un universo es bastado por su mismo número y remachado con inoperantes dramas, la normalidad seria que esa limítrofe apostasía regalara cometas y estrellas a todo aquel que se ha perdido en la nebulosa continua donde suele estar el recordar a un muerto. Es lo mismo solo que repetido en muchísimas elegías, la misma estructura, la repetida plasticidad de los eventos, la diversidad de animales y situaciones alimentadas por ministros episcopales, el tetragrama fascinante de los cultivos resecos por la temporada agroexportadora, los enfermos con un pie y una mano que ansían curarse para maravillar con espontanea mueca y un milagro efervescente a una realidad insospechada y otra inestabilidad penumbrante. Las migas de pan se escurren por los laterales húmedos de una vieja casona paradigmática, los bosquejos imitan al frenesí a llorar cuando otros lo olviden por unos minutos de sospecha. Una madre limpia con su típica belleza los espacios corroídos por la suciedad y la tristeza. Cuando evoca con sus operísticas e indistintas historias lo que ha sido un tiempo pasado y recurrente, la niña más dulce se queda a su lado y la abraza para que ella sane su mente infectada por bichos y podredumbre lo que reste de su latir.
¡Hay madre! ¡Quién gravitaría en tu mundo y se llamaría santo, si tú desde tus palacios arquitectónicos, ya me liberas del orgullo y me coronas con carbuncles de hepatocitos y esmeraldas en una alfombra enriquecida por los minerales de tus lagrimas y hasta el ignorado debería rendirte tributo ya que desde que naciste y dormiste a mi lado, tu riqueza no ha menguado y no lo hará jamás en los siglos postreros!

Comentarios & Opiniones

María del Rocío

Hola hermosa! Tu siempre talentosa pluma no deja de sorprender! Un besote

Critica: 
Silvia

Es cierto sorprendes un océano de palabras que arrasa así es sublime! Mis felicitaciones de corazón,saludos y beso.

Critica: 
Leonardo Sarmhi.

Talento de letras; versos profundos y elevados. Lo que inspira una mujer, más aún si es amada. " La casa es tan grandiosa que el templo se vuelve un taburete de mamposterías"..Mujer coronada de esmeraldas y lagrimas de madre..!!..Excelente. Abrazos.!

Critica: 
María Cruz Pérez Moreno -acnamalas-

Silveste me alegro por haber topado con tu excelente historia. Feliz Jueves.

Critica: 
Mac1965

Muy buena historia, vale la pena leerla absolutamente. Imperdible, saludos y buenas noches Silvestre

Critica: