EN EL RECUENTO...

En el recuento de mi vida conocí muchas gentes. Presidentes, Ministros, Cancilleres, embajadores, Gobernadores, Intendentes, políticos nacionales e internacionales, nobleza, Ceo de empresas, hombres poderosos millonarios, autoridades eclesiásticas de diversas religiones, militares, deportistas, artistas, escritores, pintores, poetas, cinéticos, médicos, arquitectos, ingenieros, abogados, profesores, docentes, obreros, muchas gentes diversas en mi viajes por el mundo, aborígenes, humildes, pobres, en la gran composición que esta inmersa la raza humana en esta sociedad globalizada sin escrúpulos.
Mujeres bellas y otras atractivas, muchos conocidos y amigos contados con los dedos.
Tránsfugas sin escrúpulos que abundan como las moscas en este mundo plagado de "caretaje" donde los valores fueron reemplazados por el pisar al prójimo no importando en que forma.
De todos aprendí lo rescatable que me abrieron horizontes de vida desechando lo que lastima o pudre los contextos sociales y personales en un aire que respiramos cargado de insensatez, falsedades, egoísmos concluyentes y irrealidades de una vida que no existe y que pasa como el rugir del viento.
Aprendí que nunca debía darme por vencido cuando en recorrido de la existencia se llega al borde del nocaut, más allá de golpes bajos y arteros, en donde tiene que salir a relucir nuestro espíritu mirando hacia adelante y con fe en Dios porque siempre se sale cuando se tiene la entereza suficiente.
Aprendí a serme más fuerte pensando en mis seres amados y a nunca bajar los brazos a pesar de las tormentas esperando siempre el sol con una sonrisa.
Aprendí que creemos "comernos la vida" y ella en círculos juega con nosotros como pobres marionetas, ya tenemos nuestros destinos marcados grabado a fuego en nuestras almas quien tarde o temprano nos ubicara en su senda mágica.
Aprendí a tratar a todo el mundo con respeto, una palabra olvidada en el tiempo, que quien sabe en qué museo se encontrara, y a todos por igual.
Comer en una mesa de sociedad, como en una montada sobre una tapa de inodoro porque la sana convivencia es la razón de nuestra existencia sin discriminaciones groseras.

Pero lo principal que aprendí lo aprendí de las gentes más humildes y nobles de espíritu y corazón, con sus sentimientos intactos a pesar de la mediocridad del ambiente que nos desenvolvemos, dado que en su pobreza son ricos interiormente en su sencillez y buenaventura de la existencia.

Su mayor ambición es simplemente el calor de un techo, la educación de sus hijos, el pan de cada día.
Dentro de ese ambiente limitado forjan sus espíritus como luces destellantes que iluminan en el día y la noche al universo. Les faltara educación, cultura, padecerán de muchas cosas materiales, pero son sanos interiormente.
Conocí a uno de los hombres de mayor fortuna en el planeta. John H. F Junior con quien cautivamos una sincera amistad.

Su padre, un norteamericano luchador y tenaz, descubrió una pequeña mina de oro en México y con el producto de la misma multiplico sus ganancias creando empresas exitosas acumulando una fortuna incalculable.
Su heredero John Junior quien era el comentario por su vestimenta sencilla para alguien de su posición, al cual poco le importaba le siguió los pasos, pero con una característica especial.

Era un hombre poderoso que odiaba la política y a los políticos, dialogaba con quien fuere sin importarle sus condiciones sociales y trataba de ayudar a los más necesitados.
Compartíamos charlas y en una de ellas, dado lo avanzado de su edad, le pregunte:
-¿Cómo crees que te recordaran en tu paso por la vida?

Me miro fijo a los ojos y sin titubear me respondió:
-Como una buena persona que es lo que dejaras de tu paso por la vida. Todo el resto es pura mierda.
Murió a los 82 años, no tenía hijos y en sus casamientos había firmado contratos divisorios de bienes. Un 80% de su fortuna la dono a entidades de benifencia en el total anonimato.
El 20% restante, que lo constituía el patrimonio físico en empresa lo dejo en manos de sus empleados.

En mi paso por la vida, aprendí esa lección que me marco y me guía, a tratar de ser un buen padre, una buena persona, y quizás cuando aparezca mi recuerdo en el tiempo, me se acuerden por haber sido una buena persona que es lo que vale.

Todo el resto es solo el vedetismo estúpido de nuestras almas de mortales que como lo indica la existencia partirán cuando el señor destino lo indique al mas allá con la esperanza que Dios nos acoja en su seno si somos dignos de tal decoro.

Aprendí que el camino que me resta viviré cada instante lo más inmensamente feliz que pueda, brindando y recibiendo amor, de mis seres amados y de la amada que llegue a mi espacio, porque la felicidad y el amor crecen cuando al despertarnos cada mañana miramos al sol repletos de felicidad descubriendo que la vida nos aguarda un día más en su camino.

Reservados todos los derechos Santiago Oreggia©