HUECO VACÍO

Una sombra.
Recóndita.
Casi muerta.
Pareciese mostrarse como un ángel humillado en el cielo,
siendo la razón por la que hoy se viste de negro.
De negro eternidad.

Palabras similares marcarán mi epitafio,
donde kilómetros de sensaciones me rodearán
mientras roedores musitan en silencio
y corroen pétalos de malvas
y corren cuando un ser, quizás querido,
quizás odiado, quizás diferenciado del resto
se acerca a besarme el alma;
en la distancia.

Abarca mi lápida con los brazos de la tarántula,
el abdomen se recuesta sobre la tumba
y el quelícero izquierdo me susurra
veneno el derecho me expulsa
y yo pregunto desde el subsuelo:
¿qué pretendes arácnida insulsa,
al intentar robarme la locura que me queda
y la cordura que me aterra excavando el lugar
que me protege de la misma Tierra?

Me responden sus labios...
húmedos y orgánicos,
y me dicen, me gritan y confiesan,
(que guarde su confesión en un escrito)
acuden a la espera de mi escucha
con dos labios superiores pegados a mi oreja,
y cuatro inferiores empapando la tela blanca
que un día cubrió mi tez morada.

Guardaré mi confesión, junto con la suya y la tuya
en aquella recóndita sombra casi muerta
que pareciese albergar un inmenso rencor hacia el cielo,
pues fue humillada y despojada del mismo
con su propio corazón latiendo en su mano
después de habérselo arrancado del pecho,
lugar donde ahora habitan de la muerte sus gusanos
infectando los restos de la sangre fúnebre
entre los huesos de dicho hueco vacío,
del principio.

M, Saida Cerdán.