Hijo

poema de Gustavo Perl

Para vivir esta vida,
fue preciso morir a diario.
caminar lo incaminable,
penetrar en la cordillera.
Quemar ambas suelas de zapatos
y al final del día,
Darme cuenta de que no me he movido ni un solo paso.
No hay peor encarcelamiento
Que estar privado de la conciencia de ser.
Sin esa conciencia,
de lo que somos, o de lo que seremos,
No nos queda nada,
sólo marchar en fila india
pegaditos a la pared
Hasta chocar de frente con la luz que fascina y quema.
No puedo evitar caer, o que caigas o flotar o que flotes No puedo quedarme suspendido
Es parte del juego.
No poder evitar casi nada.
No puedo atesorar paz sin enfrentarme a la tempestad de lo incierto.
Tampoco puedo retener aquello que no me pertenece
Y nada nos pertenece que es bastante.
Cómo voy a exigir que no vivas tu vida,
que no desarmes tu mundo.
Aprendí a dormir de pie, para que no me arrastrase la marea
Aprendí que el silencio es parte del discurso.
Aprendí que un abrazo es un puerto
Desde donde se parte
O a donde se llega.
(A mi hijo Bruno, que me abrió el camino)