El hongo

poema de Quiplato

"A mushroom knew our names"

Sucedió en una montaña. ¿En qué montaña me dirán? ¿Cuándo fue? ¡A quién carajo le importa! Minucias que no vienen al caso y en nada competen a la historia. La cuestión es que fuimos allí con un amigo y ella, con la intención de respirar aire fresco y entrar en contacto con la naturaleza, tan desterrada y tan olvidada en la ciudad. Era un día inmejorable, el sol brillaba feliz en su morada, la brisa soplaba soñadora y acariciaba las copas de los árboles con un amor silencioso. Habíamos llevado lo esencial: poesía, música, vino y ajedrez. Nos conocíamos hace poco, pero el tiempo matemático nunca fue un buen parámetro para medir la profundidad en las relaciones. En realidad nos conocíamos hace mucho, habíamos compartido tiempo verdadero, tiempo de Bergson. A mí me gustaba ella. Mi amigo, por su parte, era de esos espíritus libres en lo que se refiere a los compromisos humanos, de aquellos que tuvieron la dicha de nunca haber caído en las perniciosas redes del tirano Amor. Ella tenía algo especial, no era de esas beldades de revistas y publicidades, y eso me gustaba, era rebelde a los cánones de la época. Era de pelo negro y de ojos profundos; de mirada perdida, de esas que fascinan por esconder un misterio, por ser insondables, ambiguas y escurridizas. Era especial porqué cantaba con gracia y reía sin filtro. ¡Oh, si la escucharan me entenderían!. Apenas llegamos, nos dirigimos a un bosque de bambú. Abrimos el vino, bebimos y un bienestar sobrenatural nos sobrecogió. Las cañas se balanceaban dóciles al paso del viento, el canto de los pajarillos arrullaba el momento y a través del follaje se filtraban anhelantes los rayos del sol. Abrí el poemario y recité a Nervo ¡Cuánto placer sentía cuando leía para Ella! ¡Con cuánta pasión entonaba cada verso! A cada palabra, a cada sílaba, la degustaba con lenta y sonora fruición. Tal era la felicidad que nos embargaba , que súbitamente nos echamos a correr por el bosque, con esa libertad que habrían disfrutado los primeros seres humanos antes del fatídico contrato social. Corríamos, reíamos y danzabamos ligeros por entre los matorrales, cual caballos salvajes libres de corrales. Finalmente llegamos a un claro que tenía vista a la ciudad. Nos recostamos fatigados sobre la hierba, y sin pronunciar palabra alguna, nos pusimos a contemplar el magnífico paisaje que ante nosotros se desplegaba. Arribo ahora al punto cúlmine de mi relato. Todo lo anterior, aunque maravilloso, no guarda comparación alguna con lo que estoy a punto de escribir. Algunos me tomarán por loco, quizá lo esté, mas pienso que eso de la locura es solo una cuestión de estadísticas. El caso es que me encontraba al lado de ella y, frente a nosotros, había crecido un particular honguillo. La verdad es que no tenía nada de singular, era como todos los hongos que conocemos, de tronco y capuchón. Lo que sucedió después es lo que lo hizo único. No sé por cual impulso o deseo extraño cortamos cada uno un pedacito del mismo, y empezamos ambos, sincronizadamente, a observarlo y acariciarlo con extremada minuciosidad. Parecíamos dos seres completamente arrebatados. ¿Qué era lo que nos sucedía? ¿Que hechizo se escondía tras ese hongo aparentemente igual a cualquier otro? ¿No era el amor que se servía de aquel tosco instrumento para comunicar sus más profundos sentimientos?... ¡Oh, la realidad no es más que el bosquejo de nuestros pensamientos! Sí, era un hongo más, mas ese hongo más, detuvo la corriente del tiempo, congeló sus aguas de horas, minutos y segundos, redujo el espacio a nosotros dos, y estableció una conexión más fuerte que la que mantiene unida el núcleo de un átomo. Sí, era un hongo más, mas en cada caricia, en cada pequeño roce de mi dedo, le comunicaba mis sueños, mis miedos, mi verdadero rostro, y principalmente mi amor por ella. Creo que ella también lo sintió, no lo sé, puede que sea así, pero de lo que si estoy seguro es que ese día ese hongo supo realmente quien soy, supo mi nombre y, si no me equivoco, el de ella también. Hay hechos misteriosos, para los cuales las palabras, débiles sombras y ecos, no son suficientes. Espero, al menos en este caso, haber podido transmitir lo que sucedió, aunque fuera de una manera vaga e imprecisa.

Comentarios & Opiniones

Quiplato

¡Qué lástima de la micofobia Clara! Pero que bueno que le haya gustado. Lo gracioso es que "ella" se llama Clara

Saludos y gracias por pasar!!!

Critica: 
Ney

Me encantó tu historia con matices de inocencia y ternura. El estilo tipo relato te atrapa y te impide dejar de leerla, con una gran ansiedad por el inesperado final. Encantador. Saludos cordiales

Critica: 
Hrjudith

impresionante descripción de una cita, es un escrito interesante, te zambulle dentro del relato, cada oración capta el interés, es tierno, gracioso, y detallista, un placer leerte, feliz día

Critica: 
Quiplato

Muchas gracias Ney, penny y hrjudith. Me alegro mucho que les haya gustado.

Saludos cordiales

Critica: 
Park Guiss

Muy agradable. es un gusto leerte. todas las estrellas

Critica: 
Quiplato

Muchas gracias park guis!!!

Critica: