Adelaide.

I
Desde los ajimez, solías arrebatarme en vano mis vehemencias,
como un montón de pasiones y bandadas, caían endebles las celosías,
decías que mis manos al tocarte, se parecían a la lluvia acariciándote,
cuando en tu balcón fulgura un amorío, y a la noche ajada, estas entregándote.
II
Llena de éxtasis, sigilosa, sales por las lucernas a mostrar tu belleza de Isis,
tus ojos empalidecen con la hojarasca del alba, cuando la bruma de tus labios carmesís,
inundan mi pupila, misteriosa, así me gustas, cuando te cubres con las jarcias azules,
la canícula te envuelve, y las hojas de ópalo se amalgaman a las rosas y a los tules.
III
Mi corazón ondea, en la trémula grisura, en tu lumbrera oscilan las bujías de vitela,
y en vano mis versos embriagan tu alma rubicunda, cuanta lozanía se balancea en la albura,
tu mirada blandida saja mi pecho cuando el idilio indecible me envuelve en sus dedaleras.
IV
Se desmorona el lugar, es un alud de vibraciones tiernas, los años pasan, en un segundo,
ya no estas, los palcos han dejado sus perfumes para volverse realidad en mi mundo,

si sólo pudiera dejar un mensaje en la luna, así sabría que me miras, en su reflejo pálido.
V
Sólo así podre personificar tu entidad cuando los dos alcemos la mirada al cielo,
y atisbemos a ese astro níveo que cuelga de los oleajes lóbregos, y con mi velero,
en tus aguas lograre extinguirme en tu cuerpo, miremos el firmamento, sólo así cerca estaremos.
VI
Y en el novilunio estas tan lejana, cuando me ocultas tus ayeres, ¿qué fue lo que nos unió?
cuando el día concluyo entraste por una senda a mi ensueño, un nocturno turbio de junio,
oh, luna gibosa, ¿en dónde diseminas tus bellezas neblinosas, que nos lacero y nos desunió?