Letargo

Una y cincuenta y cinco de la madrugada.
Quiero terminar el último capítulo de la temporada,
fumarme otro cigarro,
por qué no,
tomar un poquito de vino,
escuchar algo de Frank
y en las postrimerías del desvelo
leer algunas páginas y escribir algunas notas,
subyacentemente.

Tres y media de la madrugada.
Recién he cerrado el libro
y desterrado las notas de mi cama,
rebotando en la cabeza varias ideas
no me permiten conciliar el sueño,
pero me acuesto,
cierro los ojos,
tengo ganas de fumarme otro cigarro
y entonces recuerdo la mañana anterior,
tan análogamente asfixiante como su primogénita,
con la luminiscencia penetrándolo todo,
con los minutos contados,
con la vista nublada
y el mismo humor de perro bravo
de todos los inicios de jornada.

A veces en la borrasca
de un pensamiento patibulario
he estado a punto de abandonarlo todo,
pero mi valentía alcanza
para cambiar la hora de la maldita alarma
y prolongar el letargo de esta vida fiscalizada.