Las horas

He dejado todo tras de mí,
a mi mundo se llenan los nuevos horizontes.
No se a donde me llevarán,
realmente no lo sé,
soy solo yo y mis fantasmas.

Dicen que en este camino de viento y desierto,
nada se pierde.
Dicen que sus ruinas olvidadas,
del villorio de la vida,
se desmoronan en aves y mariposas,
que rondan sus ecos gastados,
ecos de siglos,
casi como silencios perfectos.

Conforme más lejos me siento,
las horas se vuelven arcanas,
se vuelven un enemigo distante.
Mi reloj gira y se alarga,
se contraen las manecillas,
a lo más lejano,
a el hogar,
quizás a tí,
siempre a el minuto,
en el segundo más eterno,
como una nostalgia que me sigue.

La línea recta que creí era mi mundo,
ahora es un péndulo inerte.
Una espiral de cascabel hacia un vórtice,
de finos hilos,
cortinas vacías,
y ventanas tapiadas de mi casa,
llenas de equipaje que he dejado,
de todas tus ausencias.

Ahora que ya no hay vuelta atrás,
el pecho se me achica,
y vuelvo a casa,
a los cerezos,
a la tierra fría entre hojarascas,
y estas ahí,
desnudo de malicia,
contándome las horas,
dándole vuelco a las ilusiones.

Ahora que tu promesa es una pesada ancla,
me rebelo,
y me arrincono en el camino desierto,
y a través del cristal del coche,
respiro hondo,
mientras el corazón se me encoje.

Veo mi reflejo en la tarde caótica,
y ahí esta otra vez,
otra vez esa mirada indecisa llamándome,
colgándose en el asfalto,
colgándose hasta asfixiarse,
como tus recuerdos en mis vísceras.