Porque te odio

Te quiero, pero no porque quieras tenerme

a tu lado contemplando tus dos luceros

fríos y desconcertantes,

sino más bien porque te gustaría verme

flotando en lejanos universos,

a trasmano de Dios y de los hombres.

Te quiero, no porque sepa que tú me quieres,

sino porque a punta de gritos me persigues y me

exilias a tierras de cardos y espinos.

Y ese es mi hogar que recorro sin prisas observando

a las cigarras y besando su suelo seco y rocoso.

Te quiero por lo que fuiste, jamás por lo que hoy eres,

porque dejaste que te cubriera el manto negro, ese que

yo pisoteé victorioso y erguido sobre las hienas.

Te quiero por tus facciones de niña, por tus senos

minúsculos, por tu olor a almizcle blanco, por tu

caminar sensual cargado de desprecio, por tus caderas

perfectas, por tu estatura despreciable.

Te quiero por dentro porque te aborrezco por fuera,

y me gustaría no odiarte tanto, para así no poder

quererte como te quiero.

No te quiero como ahora, tonta, lógica,

previsible, obvia, amargada, marchita, reseca.

Te quiero más como estabas la noche en que

temblando de espanto y mal augurio seguí al

sol oculto a mi norte, vergel castigado de llantos

y olvidos.

No te diré que muero por querer a quien no quiero,

pero sí que echo de menos tu acotación inoportuna,

tu voz estridente de molestoso insecto, tu caricia tosca

de impulso incontrolable.

A los pies de mis Andes bellos e inmortales,

bajo nieves y calores inclementes,

leo los periódicos, me enfado con las sombras

y el silencio y me consuelo pensando que

el destino es un niñato malcriado al que le caigo

muy mal, un poco así como a ti, y me conformo con

los subsidios de su estado del malestar, para llegar vivo

y callado a la treintena