Nada lo vale.

Nada lo vale, no hay un rincón de tiempo ni una eternidad, nada lo vale.
Solos, caminamos intentando empatizar, creando puentes con obviedades de ruptura, creando mentiras que no logran concretar.
Cada paso es un exceso, cada vuelta un nuevo agonizar, cada persona es un infierno, obligado a conquistar, nada lo vale.
Solo al rostro sube la sangre arrogante y la garganta desesperada busca abrirse, sin emitir algún ruido; robando corduras, buscando soledad, y dentro de, se rompen paredes, se vomitan deidades, y no hay gloria ni piedad.
Y allí, aún, nada lo vale.
Viscosas son sus caras, y su calor solo consume, solo roba parte de mi aliento, quita y nada da.
Es inevitable, es ley inquebrantable pero a veces me traiciono y volteo al ideal, donde el vacío permanece, donde no queda, algo en qué pensar.
Y en silencio, desnuda ante el ojo de ese dios, recuerdo que nada lo vale.
Lo escribo, pongo la n y luego la a, las letras se me resbalan, del corazón hacia el infierno, pongo la d, otra a; hasta llegar a mis dedos que rozan el teclado, una L y una o; ya se empieza a formar, la oración se estira con vida como un gusano en la crisálida, V y A; pero ya como palabra se aleja de lo que contiene, tiembla, enceguece, promete y se escapa, se fuga por los intersticios del lenguaje, sin cumplir su único sentido, ya la L y E; lo observo con asco, como observando hacia la mierda, me repunga su desesperado intento, su agonía por vivir, pero lo sé, lo sabemos, conocemos su condena y en ella la nuestra, lo dejo y busco un próximo poema, una próxima canción, un próximo humano, un próximo calor aunque dudo llegar lejos, porque islusa, silenciosa, sé, que nada lo vale.