Los indiferentes.

Todos hablan del amor, del sexo, de su capacidad para el amor o para el sexo.
Hay quienes vivimos solos, quienes no buscan, quienes no encuentran... No soltamos una gota de nostalgia en los días lluviosos, ni acariciamos los recuerdos, ni tentamos al futuro.
Neruda la quiso tanto y Onetti se lamenta, pero ahí estamos, nosotros, tristes por nada, felices por nada, sin vacíos que llenar, sin momentos porqué luchar. Vemos las ventanas solas, tomamos nuestro propio café, bebemos nuestra propia copa, abrazamos nuestra propia ausencia, compartimos solos con la ruina, la mitad de la cama...
Nosotros, los indiferentes de los que nadie quiere hablar, nosotros los indiferentes, los condenados al olvido, nosotros los indiferentes, extraviados en preguntas que no se llegan a formar, preguntas condenadas a la horca, y las cabezas vuelan, y esperamos nuestro turno.
Cama por cama, labio por labio, matrimonio, divorcio, copula, adopción, besos de buenas noches, besos de buenos días, ducha juntos, mierda compartida, asfixia, y murieron felices por siempre y vivieron exhaustos por siempre...
Nosotros, en cambio, los indiferentes, con la esperanza de tener un epitafio.
Hay días buenos y días malos, eso sí. A veces besamos pero como prendemos los cigarros, como pedimos whisky en las rocas, como compramos el papel.
Y hay días malos, nos encerramos, nos asfixiamos, en nosotros mismos, pero no causamos penas, el duelo siempre es interno, el espejo es quien blande la espada.
Pero la mayoría de las veces, los días pasan, las historias pasan, y observamos, solos, en un cine indescifrable, una película imposible de olvidar, por su incapacidad de recuerdo.
Sabines ingenuo pretendió abarcarnos, what a fool he was.

Nosotros, los indiferentes, esperando la poesía adecuada, que al fin toque nuestros corazones.