Aurora.

Taciturno disfrutaba de la carga de petricor que inundaba la ventana.
Era un día grisaseo, lleno de una neblina fría que amortajaba a un sol que languidece por las calles. Llevaba la misma camisa desteñida que llevo usando desde hace 5 años, cuando ya no tengo más qué usar. Tenía una insistente afición por aprehender en el favoritismo, lo que está ya, dando su último aliento de vida. Guardaba esa playera del Dark Side of the moon, que fue desgastando la magnitud de sus colores y el rayo iridisciente que flota en su prisma, parecía reducido a la perspectiva de un miope.
Pipas de maderas, atascadas por Hashish ocre y fétido, sus figuras arañadas por el exceso de uso y ahora ya haciendo casi imposible éste. Ella: Media mujer que con agónicos pedazos de arrepentimiento que se van acumulando en su garganta, nunca ha alcanzado a decir lo que lleva en el corazón, o! Son las arañas que van proliferando en los rincones de su alma y que van dejando cúmulos de tela que no encuentran otra salida más que en su luminoso par de ojos.
Así es, coleccionaba estatuas mutiladas pensando que en la desgracia es donde la vida gusta recostarse a palpitar.
Así es, disfrutaba de ese fluyente pensamiento cuando sentí su presencia. Me veía con la frialdad de una cucaracha y exhalaba humo con un par de fosas nasales que daban asilo a la máxima potencia de la oscuridad.
Nunca entendí cómo es que del espejo emergió con su imagen tridimensional aquel toro.
No tuve tiempo más que para recordar las 2 cualidades que acabo de describir en él, cuando menos lo esperé me embistió y clavó sus cuernos en mi área abdominal, haciendo que al instante brotara por la herida un plasma negro que llenaba de viscosidad mis zapatos Calvin Clein.
Retorcía sus armas, podía encontrar, aún en mi desesperación por evitar el incisivo dolor, cómo buscaba mis entrañas de fuera y el gusto de danzar sobre ellas con el febril entusiasmo que pueda poseer un toro. Pero nada pasó, más que torrentes de mayor oscuridad que hacían que el toro resvalase y se incorporase para continuar con su arduo instinto de matar.
Y llegó el momento, ambos nos vimos en las pupilas dilatadas del otro y comprendimos el infinito, comprendimos que el vacío no es la falta de espacio, si no la ocupación total de obscuridad en un espacio confundido por matices. Lo comprendimos hasta que los dos sabíamos que moriríamos atrapados, en lava turbia, arena movediza de la sombra, en espejos líquidos de oscuridad.
Fuimos despareciendo poco a poco; y en la parsimonia de este paulatino progreso, vio que ya no había algo por hacer, se despegó tajando carne bruta de mi abdomen y haciendo que el brote se descargase en vigoroso ímpetu y disminuyendo al instante el tiempo que nos quedaba en vida. Me apuñaló con su mirada en sus últimos momentos y dijo: Sapere Aud.. Y la plasma suplió su palabra con la desesperación e inconsciencia del cuerpo sometido por la muerte.
Ese día morí a lado de mi toro, y ahora soy un minotauro. De vez en cuando me escondo en las ventanas, y fisgoneo a la humanidad.

Comentarios & Opiniones

Silvia

Es excelente felicitaciones! un gusto leer saludos y abrazo!

Critica: