Esta ciudad...

Esta ciudad de villanos y de héroes pordioseros;
de corazones en la basura, rodando por doquier, entre el plástico
y los restos de alimento hueco, envenenado.
Esta ciudad me pudre por dentro…
Esta ciudad, mi ciudad, con su falsa cabellera y sus pensamientos oprimidos.
Ciudad de niños que se alimentan de miedo, de mentira líquida, de ídolos de barro.
Esta ciudad, de gente de risa fácil,
de odio fácil,
de amor fácil,
de olvido fácil;
de genios improvisados que se encierran a sí mismos en botellas;
que se apoyan en libros cerrados que nunca leerán;
con sus demonios endiosados y entronados
sobre riscos de huesos y de sangre.
Esta ciudad de un país que sigue “colocado en el trayecto del sol”,
que ahora es un calvario, un camino de Gólgota sin monte de redención.
Esta ciudad me agobia, me angustia, me anquilosa.
La ciudad, mi ciudad, con su historia breve
que nadie quiere contar, que a nadie le importa contar.
La huida es el camino. El camino, la salida. Emprender la ruta de la cobarde supervivencia.
Pero me cuesta renunciar a su cielo de pocas estaciones,
a su primavera modesta y su verano ardiente,
a su verde impúdico recortado contra azul.
Sus calles me atraviesan, sus paisajes llenan mis ojos.
Por mis venas corre su misma sangre amalgamada;
sangre de cientos, de miles, de millones,
venidos de lugares lejanos y de tierra íntima.
Mi ciudad, cuna de madera amarga, pero cuna al fin, donde he bebido una savia espesa y sabia.
Sus brazos duros, en los que he nacido, aprietan, asfixian,
y también
sostienen.