Silencio por un minuto

Guardemos un minuto de silencio
y escuchemos el remanente.
Oiremos el canto de las aves,
el murmullo del viento
entre los árboles.
El estridente crujido de un grillo
que quiere hacerse oír
por primera vez.
El estruendo de un trueno
en un día de tormenta.
El drama de un volcán
cuya lava fertiliza y devora
en un instante el suelo de los bosques.
Que se acallen las voces humanas,
los gritos generadores de sueños,
las máquinas, los instrumentos,
la música incluso.
Que todo humano rinda culto
a la madre naturaleza,
sin hablar, y respirando apenas.
Sólo un minuto será suficiente,
y volveremos luego
a nuestros quehaceres,
a nuestra rutina despavorida,
a la candente cultura
que nos cobija,
a la imaginación
que nos distingue.
Pero algo será entonces diferente,
pues nos sentiremos hijos
de un mundo que desconocíamos.
El mundo del silencio,
sin hombres, sin mujeres,
sin niños jugando en las plazas.
Un mundo que haremos nuestro,
ausente para siempre si no callamos
y presente si penetramos en él
por un minuto y nada más.