La entrega

poema de Acero etereo

Entrego mi vivaz vista de golondrina;
de trigo,
de ultrasonido,
vista atemporal,
de viejo y niño,
de mar,
de alga larga,
vista de algarrobo y de suavidad,
vista que ríe,
que sangra y que vive,
vista de serpiente,
de desierto,
de nieve y niebla,
vista marciana,
insurgente, altiva y prudente.

Entrego mis locuaces labios;
para que hablen
de igualdad,
de río,
de barro,
de crepúsculo penínsular,
de plumas y de amor,
para que hablen
por vos
y reciten la canción del viento
y de los ancestros.

Entrego, también, mis manos;
manos de dulce fruta,
manos férreas,
firmes y conformes
con todo lo que tocan,
manos elásticas,
eléctricas e invencibles
a la aspereza,
manos manantial,
manos de liebre y de fiebre,
de fuego fuerte,
de tendencia fácil a los abrazos
y a las caricias...

Entrego mi oído a cada inquilino de esta tierra viva; mi oído de mármol,
de crema,
de promesa nueva,
de fibra,
de brisa, de arena,
oído pulsante e inquieto,
incesante
en su escucha atenta
a las beatitudes de la existencia,
a las ramas que golpean el crital,
al ladrido de la madrugada,
al aullido del perdón,
al exilio de un te quiero
y al repique
de todo lo que alguna vez nació...
a la lluvia,
a los comentarios
necios y a los sabios,
a la luna que habla muda,
al chirrido del hielo,
a la lengua
sedienta de un perro,
al aleteo,
al zapateo,
al buen gesto
de un "buenos días"
o a las historias,
por mas que sean mentira.

Entrego mis sentidos para que sientas como siento, y veas como veo, escuches como escucho, y beses como beso.