“Equinoccio de despedida.”

“Equinoccio de despedida.”

No rasgues mis ropas: desángralas!
Desnúdame la piel en capas,
desciende y constélate cuatro generaciones
en el hueco de mi ombligo...
No te conformes con mis alarmas,
traga con tus instintos las llamas que envuelven
el eco de mis latidos,
haciendo sombra en las paredes abofadas
de tu sexto sentido.
No te contengas, ¡agítate!
Brama con poderío la lujuria
de la apoteosis magullada de tu climax tardío.
Regístrate en la tercera duna de mis arenas húmedas,
indaga en la magia del conjuro de mi menguante, mutando de cóncavo a convexo en el letargo
de tu roce camelado.
Enróllate entre la pujanza de mis piernas
y convulsiona con tu lava hirviente,
en el fundamento absorto
del alegato de mis entrañas.
Siente mis uñas rasgar los miedos,
mientras cubres mis gritos que muerden con desenfreno el dorso de tus palmas.
Abriga con tu lengua los vértices de mis pechos,
mojados por el bautismo de las lágrimas.
Ahora besa mis párpados,
recoge tus huellas, abandona mi sueño
y regresa al capítulo del homenaje a tu despedida...
Ya es tiempo que te vayas,
que vuelvas a morar en los páramos
del equinoccio invernal en el que discurre
el pasar de tus años.
AC.