La nobleza de lo faltante

Siempre pensé que para lograr ser feliz
hacía falta estar todo completo.
Pensaba yo, en mi delirio inconcreto,
que, de esos seres menos afortunados,
brotaba insensiblemente una raíz:
la raíz que los mantenía limitados.

De una forma u otra yo pensaba,
que esos seres eran menores a mí.
Caminando a mi alrededor los vi
más vulnerables, más indefensos;
aquel panorama afirmaba
mi pensar y mis egos inmensos.

Pero el día iluminado llegó, y entendí
que la nobleza de lo faltante
supera la arrogancia de lo completo:

En la alegría de un ciego amable
percibí una fortaleza admirable;
del mudo su abrumadora destreza
fue mi más grande inspiración.
¿Cómo pude pensar que una limitación
sería motivo de flaqueza?

Ahora sé que la felicidad no está
en lo físico que perece,
sino en la voluntad de quien la merece
y lo mejor de sí da.